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sociales, etc.) son frecuentemente utilizadas por
los menores y, desgraciadamente, en los últimos
años ha aumentado el número de niños que han
realizado o sufrido ciberbullying (Livingstone &
Palmer, 2012; Luengo, 2011), luego de acudir a
una cita con un desconocido (DMCM, 2011; Ob-
servatorio de las Telecomunicaciones y de la So-
ciedad de la Información [OTSI], 2005), o han
realizado o sufrido otros actos delictivos (su-
plantación de identidad, vulneración de propie-
dad intelectual, acoso sexual o grooming, imáge-
nes o videos en posturas provocativas o sexting,
fraudes, riesgos económicos o maleware, etc.)
auspiciados, todos ellos, por el anonimato de la
red (Instituto Nacional de Tecnologías de la Co-
municación [Inteco], 2009). Además, algunos de
estos comportamientos (p.e.: adicción, imágenes
o videos en posturas provocativas o sexting pa-
sivo o activo, acceso a contenidos inapropiados
para la edad, amenazas a la privacidad, etc.) se
han disparado en los últimos años entre niños y
adolescentes, con la aparición de los móviles in-
teligentes o Smartphones (Flores, 2011; Inteco,
2011a; 2011b).
Sin duda, los riesgos que acarrean las TIC y
teléfonos móviles existen, y son muy preocu-
pantes, pero de ninguna manera se puede culpar
al medio; sería como prohibir conducir porque
existen muchos accidentes de tráco. Es claro
que sobre estos entornos se propagan luces y
sombras (Area, Gros & Marzal, 2008; Merino,
2011). No obstante, varios estudios anteriores ya
matizaron esta realidad tan preocupante (Amo-
rós, Buxarrais & Casas, 2002; Gil et al., 2003):
los niños y adolescentes no utilizan las tecnolo-
gías para aislarse, sino que las usan como una he-
rramienta fundamental para relacionarse. Buen
número de administraciones (DMCM, 2011; EC,
2012; Unesco, 2009) y especialistas (Area, 2009;
Davis, 2012; Craft, 2012) han planteado que los
niños aprenden construyendo su propio cono-
cimiento y descubriendo continuamente cosas
nuevas. Con base en esta premisa, parece correc-
to facilitar el uso de las tecnologías, porque reta-
ría al niño a que desarrolle su propio proceso de
aprendizaje, eso sí, siempre siendo conscientes
de los riesgos y no delegando tal responsabilidad
en otras instituciones o profesionales. Algunos
estudios plantean que los padres demuestran ser
conscientes de la incidencia de los riesgos que
amenazan a sus hijos, aunque se observa en ge-
neral un conocimiento inferior al manifestado
por sus hijos (INTECO, 2011a). Además, los
menores reconocen más fácilmente las situacio-
nes problemáticas ajenas que las propias, y de
este modo, declaran que las situaciones consti-
tutivas de riesgo tienen lugar en mayor medida
en su entorno que las ocurridas a ellos mismos
(Inteco, 2011a). Todos estos aspectos vienen a
resaltar lo que ya otros autores plantearon en el
pasado (Ruiz & Gallardo, 2002): es importante
que el adulto se implique en el aprendizaje y la
convivencia de los soportes digitales en familia,
educando a los menores en la responsabilidad y
no en la restricción, para favorecer un clima de
conanza en el hogar que permita a los menores
acudir a sus padres o adultos de referencia, en
caso de producirse alguna incidencia. Pero para
ello es fundamental que el hogar se convierta en
un espacio digital democratizado.
Educ. Humanismo, Vol. 18 - No. 31 - pp. 186-204 - Julio-Diciembre, 2016 - Universidad Simón Bolívar - Barranquilla, Colombia - ISSN: 0124-2121
http://publicaciones.unisimonbolivar.edu.co/rdigital/ojs/index.php/educacion
rieSgoS y poTencialiDaDeS De la era DigiTal para la infancia y la aDoleScencia