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moribunda, con el fin de evitar pensar en el miedo y en la concepción misma de la muerte,
aspecto encontrado en una revisión de literatura reciente (8). El fallecimiento del paciente se
evidencia como hostil y poco agradable, por lo que alejarse física y psicológicamente, ya sea
apartando la mirada o cambiando de tema cuando la persona comienza a hablar de la muerte,
es un recurso común empleado por enfermeras y otros profesionales en esta instancia (14).
Posterior a esta barrera, surge la “pérdida de vida y esperanza”, en la cual el tiempo se vuelve
muy importante a la hora de resolver necesidades urgentes del paciente, dado su rápido
deterioro y la cantidad de sentimientos relacionados con la impotencia, frustración,
desesperanza y desaliento ante lo inevitable en el entorno de la enfermera y de la persona que
está muriendo (15,16, 17).
En la segunda fase, donde se expresa la vulnerabilidad del profesional de enfermería, se
experimenta la pérdida del paciente a pesar de todos los esfuerzos realizados,
desencadenando sentimientos de derrota y frustración (8, 17), mediados por la antigüedad
laboral y la experiencia profesional (13). La frustración se convierte en un aspecto común
durante el duelo y es en este escenario en el que se ponen a prueba los conocimientos
adquiridos en la formación profesional de la enfermera, especialmente en asuntos como la
respuesta biomédica, la carga laboral y la reflexión inicial frente a la vulnerabilidad del ser
humano. Por lo general, estos elementos se ubican como mecanismos propios del proceso de
afrontamiento en los profesionales de enfermería (15,16,18,19).
En la tercera fase, el profesional de enfermería dispone de la actitud, el conocimiento y la
acción para propender un mejor cuidado. Al respecto, un estudio afirma que la calidad del morir
es un valor ético que no es menor al de la curación y que implica reconocer el valor de la
persona humana (20); en otras palabras, el permitir al otro morir con dignidad es tan importante
como brindarle a una persona enferma el cuidado óptimo para su mejoramiento. El profesional
de salud, una vez que logra superar todos los temores y aceptar la muerte, es capaz de brindar
el cuidado necesario para un buen morir tanto al paciente como a la familia (15,18,21).
En la cuarta fase, la enfermera, gracias a su experiencia, se va sintiendo cada vez más capaz
de acompañar el fin de vida de los pacientes y de sus familias, ya que ha comprendido la
importancia de su presencia. Frente a ello, varias investigaciones han demostrado que, si bien
el cuidado de los enfermos terminales puede llegar a ser una experiencia aterradora para
algunos profesionales de enfermería, para otros puede ser enriquecedora y les permite abrir
los ojos frente al significado de la vida, despertando su imaginación, su capacidad de análisis,
de reflexión y de revaluación frente al final de la existencia (3, 16,22).
En la última fase, el profesional de enfermería, como acto de cuidado y responsabilidad
profesional, debe ofrecer el espacio y el respeto a los rituales religiosos y creencias tanto del
familiar como del paciente. Del mismo modo, permite dignificar el momento de la muerte a
través de un trato humano y resalta la empatía al comprender el dolor de la familia (19,23).
Los estudios relacionados y sumativos recientes se relacionan con las fases identificadas en
este estudio, al reconocer que existen unos factores personales (El Yo), relaciones con los
pacientes y sus familias, la atención del dolor y las necesidades del paciente hasta sentirse
agotado (17). En este estudio no se mencionaron aspectos sobre la falta de tiempo para