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licas, en su mayoría españolas, fueron la punta
de lanza del proyecto “civilizador” de las comu-
nidades indígenas, al menos hasta la década de
1950. En principio, se trataba principalmente de
enseñar a los “salvajes” la moral cristiana y oc-
cidentalizar su cultura.
A comienzos del siglo XX era innegable la
importancia que se le daba, en toda América La-
tina, al proyecto de alcanzar la unidad “racial”.
Así, la existencia de indígenas fue un tema bas-
tante debatido entre los intelectuales y los po-
líticos nacionales (Wade, 2000). En Colombia,
algunos se preguntaban cómo integrar a los in-
dígenas a la Nación modernizada, pero otros, de
manera más vanguardista pero muy minoritaria,
hacia la década de 1920, alababan las cualidades
de las sociedades indígenas. En efecto, las ten-
dencias nacionalistas y folcloristas de la época
veían en el indio el emblema de una identidad
propia, ya que el autóctono representaba la inde-
pendencia con respecto a Europa. Incluso otros
vieron la forma del resguardo como el germen
de una organización social comunista (Pineda,
2002).
Luego de varios gobiernos conservadores
entre 1886 y 1930, el partido liberal ganó las
elecciones en 1930, marcando el comienzo del
“Régimen Liberal” que se extendió hasta 1946.
Este “Régimen” promovió la consolidación de
varias instituciones, principalmente la “Escuela
Normal Superior”, relacionadas con la forma-
ción y la investigación en Ciencias Sociales,
desarrollando así el interés cientíco por las co-
munidades indígenas. Es así que, en 1938, tuvo
lugar la Exposición Arqueológica y Etnológica
en Bogotá. Esta exposición permitió a los bogo-
tanos de la época –una población mayoritaria-
mente “blanca”, lo que no era el caso de todas
las regiones del país– conocer a los indígenas y
sus obras culturales, tales como danzas, músi-
cas y objetos (Perry, 2009). A semejanza de las
exposiciones “universales” realizadas en Europa
en la misma época, indígenas vivos eran lleva-
dos y observados por los “blancos” como si fue-
sen curiosidades o animales de zoológico. Para
Hernández de Alba, quien era uno de los orga-
nizadores de este evento, se lograría mostrar a
los urbanitas que los indígenas todavía existían
y que eran “inofensivos”, y de otro lado, se daría
a conocer la diversidad del país y las “raíces de
los autóctonos” (Perry, 2009, p.83).
Aunque podamos reconocer las “buenas in-
tenciones” y el verdadero esfuerzo de los inte-
lectuales y de los etnólogos como Hernández
de Alba para valorizar las culturas indígenas y
promover el respeto de la diversidad étnica del
país
6
, es evidente que, desde entonces, se trata
de un fenómeno que encierra al Otro en ciertas
categorías “exóticas” determinadas por las éli-
tes.Durante la Exposición, en algunos casos, los
indígenas habían sido vestidos de una manera
que no correspondía a sus costumbres, solo para
que los visitantes saciaran su interés por obser-
var indios que correspondían a los estereotipos
de los europeos y sus descendientes
7
.
6 En el pensamiento de Hernández de Alba, la etnología y el in-
digenismo eran prácticamente indistinguibles (Troyan, 2007).
7 En la actualidad encontramos un fenómeno similar, ya que se
impone en las representaciones sociales, una cierta indianidad
genérica determinada por estereotipos de lo “auténtico”, “es-
piritual”, “tradicional”, “cercano a la naturaleza”, etc., lo cual
inuye en las percepciones y en los comportamientos de los
mismos indígenas (Sarrazin, 2015b).
Justicia, No. 32 - pp. 139-159 - Julio-Diciembre 2017 - Universidad Simón Bolívar - Barranquilla, Colombia - ISSN: 0124-7441
http://publicaciones.unisimonbolivar.edu.co/rdigital/justicia/index.php/justicia
LA cAtegoríA indígenA definidA desde LA hegemoníA y sus ALcAnces en LA institucionALidAd coLombiAnA