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Justicia, No. 30 - pp. 86-95 - Diciembre 2016 - Universidad Simón Bolívar - Barranquilla, Colombia - ISSN: 0124-7441
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INTRODUCCIÓN
Los Estados modernos se fundan con base en
el principio del monopolio legítimo de la violen-
cia física en los territorios que están llamados a
administrar. Esa hegemonía supone el estable-
cimiento de una legislación y unas instituciones
que garanticen el orden social. La consecuencia
inmediata de semejante estatuto es el dominio
simbólico sobre las instituciones que actúan en
esa jurisdicción, procurándole al Estado sus pro-
pios mecanismos de conservación, como incor-
porar prohibiciones y obligaciones sobre aque-
llo que lo amenaza o fortalece. En ese sentido,
la Nación es el complemento fundamental del
Estado: aquella reproduce su poder y promue-
ve la construcción de las identidades que le son
asociadas. Del mismo modo, a su vez, la demo-
cracia ha sido la forma de gobierno insigne de la
organización política moderna. Así, después de
consolidarse la Nación, el Estado no es solo he-
gemónico en lo concerniente a la aplicación de
la violencia física, sino en lo que se reere a la
violencia simbólica que regula el orden social.
Ese control simbólico, en el que quedan conci-
liadas las alteridades a través de los dispositivos
afectivos de la Nación, tiene como correlato no
solo el dominio del territorio, sino la seguridad
social, entendida como garantía de libertad pú-
blica para sus aliados, e igualmente como Es-
tado de Bienestar. Dicha seguridad pasa por sis-
temas de tributación, registro, salud, pensiones,
educación nacional pública y gratuita, atención
a discapacitados, etc. Es decir, el Estado-Nación
asegura su reproducción mediante sistemas de
organización institucional y de cobertura social,
así como de coerción en términos físicos, los
que le permiten erigirse simbólicamente hege-
mónico.
La referencia histórica al proyecto del Esta-
do-Nación moderno sin duda es el ideal que la
Revolución Francesa instituyó: la fundación de
una república que democratizaba las funciones
de gobierno y ejercía el tránsito de súbditos a
ciudadanos estableciendo en sentido formal los
valores de libertad, igualdad y fraternidad. Lo
que los ciudadanos cedían al Estado les era de-
vuelto, según la lógica democrática, en forma de
garantías sociales expresadas en leyes concretas
tomadas no como favores del rey sino como pre-
rrogativas vinculadas a la naturaleza misma del
Estado de Derecho. La correlación entre Estado
y Nación se extendía así al plano de la organiza-
ción del comercio, de la mano del ordenamiento
territorial por medio de sistemas de nomencla-
tura y de infraestructuras físicas que facilitaban
y determinaban una nueva economía. Estado de
Bienestar es quizás la expresión más acabada de
este empeño. En efecto, sería difícil encontrar
un ejemplo mejor del que proveen aquellos paí-
ses que lograron acercarse a ese modelo ideal
típico, en el que algunas disposiciones políti-
cas reales representaban la contraprestación
del Estado a sus ciudadanos. Al costo de cierta
homogeneización del colectivo social, el Esta-
do lograba por medio del relato nacional crear
la cción bien fundada de una legitimidad que
rebasaba el uso de la fuerza y se inscribía en el
orden de la credibilidad. Esto es lo que expresa
el llamado “contrato social”: la responsabilidad
estatal con unos individuos que son nacionales
estado, instituCiones demoCrátiCas y PostConfliCto en Colombia