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social de la discapacidad”, pues, una persona con dis-
capacidad o bien deja de aportar o nunca ha aportado
productivamente, pero aún así requiere inversión en ser-
vicios de salud y protección social a lo largo de toda su
vida.
Desde una imagen alegórica, la no inclusión labo-
ral de las personas con discapacidad podría verse como
un hilo menos en el telar de la cohesión social que repre-
senta una brecha para el acceso al estatus de adulto y, en
el caso de las personas sordas, esta situación constituye
una seria limitante en el desarrollo de su autonomía e
independencia.
Por otra parte, un contrato de empleo o trabajo
remunerado sin apoyos, es decir, sin considerar ajus-
tes razonables previos para accesibilidad en actitudes y
disposiciones flexibles, no posibilita la plena inclusión
social, ya que, por ejemplo, la persona sorda tendría un
acceso limitado a la información, al carecer de intérpre-
tes o señalización en entornos cotidianos como la casa,
la calle, el metro y otros espacios, incluidos los laborales.
A modo de pregunta preliminar, se puede plan-
tear en consecuencia: ¿qué elementos adicionales a los
beneficios de rebaja de impuestos pueden cautivar a los
empresarios para generar más y mejores opciones de in-
clusión laboral a las personas sordas? Y aún antes, ¿qué
motivaciones llevan a los empresarios y en general a la
cadena productiva de una sociedad a no contratar o
contratar en menor medida a las personas sordas? Ubi-
cando tales interrogantes en el marco del presente texto
también debemos preguntarnos: ¿qué imaginarios de lo
laboral profesional o no construimos sobre la población
sorda? Este último cuestionamiento nos puede a su vez
plantear hipótesis o caminos para responder las dos pri-
meras preguntas de este párrafo.
Para seguir con el tema, hemos de entender que,
desde el punto de vista cultural, los sordos constituyen
otra cultura. Así lo considera Tovar (2004), al expresar
que: “aparte de la lengua, el no compartir con los oyen-
tes muchas actividades que dependen del oído, lleva a
formas de vida que son peculiares a los sordos de un
determinado país, lo que les hace desarrollar una iden-
tidad individual y grupal propia”. Con lo anterior se re-
afirma el concepto de la lengua como herramienta de
acceso a la cultura y de construcción de la identidad.
Bajo estas premisas, para Rojas (2002; 2009) las
personas sordas se ven a sí mismas como parte de un
grupo social que no comparte elementos en común con
la cultura oyente. Justamente, en este contexto resulta
relevante el término imaginario, que alude a una manera
de percibir e interpretar la realidad. Así, estas personas
comparten una cultura desde la cual se desarrolla una in-
teligencia visual, la cual se manifiesta como un conjunto
de íconos físicos o virtuales que se difunden a través de
diversos medios e interactúan con las representaciones
mentales.
Se requiere aclarar a estas alturas que la lengua de
señas no es universal y que existen como ocurre con las
lenguas habladas distintas lenguas de señas, verbigracia:
Colombiana (LSC), Chilena (LSCH), Americana (ASL),
Francesa (LSF), Japonesa (JSL).
En este sentido, es claro que el imaginario de
comunicación está ligado a las “relaciones de sentido”
construidas en la vida cotidiana de las personas, en “la
comunicación que nos hace ser ante los demás y ante
nosotros mismos” (Vizer, 2001), y en este caso, en la in-
terrelación de componentes propios de la cultura sorda en
áreas como lenguaje, identidad, valores, reglas de interacción
social y tradiciones (Marín, 2008). Es innegable, entonces
ginA viviAnA morAles AcostA
Psicogente, 18 (34): pp. 364-371. Julio-Diciembre, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
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