* Este artículo tuvo de base el proyecto de investigación “Usos y apropiaciones ciudadanas del espacio público” financiado por la Universidad San Buena-
ventura, Cali.
1 Magíster en Filosofía. Profesor Asociado Universidad Nacional de Colombia. Email: masalcedos@unal.edu.co
Resumen
A tono con las conclusiones que generó un proyecto de investigación sobre Psicología, ciudad y
espacio público, en el siguiente artículo de reflexión se debate la relación entre la cuestión polí-
tica y el psicoanálisis. A través del análisis de la postura que se observa en textos psicoanalíticos
sobre el asunto, se argumenta en este escrito que la cuestión política en la Psicología no radica
en los objetos de discusión que abordan las teorías psicológicas, ni en los efectos pragmáticos que
dichas teorías generan en la vida de las personas, ni en los loables propósitos que adoptan para
beneficio de la sociedad, sino en el tipo de racionalidad o perspectiva epistemológica que sustenta
sus puntos de vista teóricos.
Abstract
This article focuses on the findings of a research project about cities, public areas, and Psychology.
This research is conducted as a review of different psychoanalysis text concepts related to the rela-
tionship between politics and psychoanalytic points of view. This research argues that politics do
not lie in psychological theories, pragmatic effects, or intentions to benefit society, but rather in
the type of rationality or epistemological points of view that supports its theoretical perspective.
Palabras clave:
Psicología, Política, Foucault,
Psicoanálisis, Calle.
Key words:
Psychology, Politics, Foucault,
Psychoanalysis, Street.
Referencia de este artículo (APA):
Salcedo, M. (2015). La cuestión de lo político en el psicoanálisis. Psicogente, 18(34), 420-432. http://doi.org/10.17081/psico.18.34.516
La Cuestión de lo Político en el Psicoanálisis*
Political Points of View in Psychoanalysis
Recibido: 25 de marzo de 2014/Aceptado: 24 de noviembre de 2014
http://doi.org/10.17081/psico.18.34.516
Marco Alexis Salcedo Serna
1
Universidad Nacional, sede Palmira - Colombia
Psicogente, 18 (34): pp. 420-432. Julio-Diciembre, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
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INTRODUCCIÓN
Una característica general de los debates actuales
en las Ciencias Sociales y Humanas es la trascendencia
que le dan al término “política”. Esta palabra es recurren-
te en las discusiones propias de estas ciencias, cualquiera
sea el campo del conocimiento o el tema abordado. Es-
pecíficamente en la Psicología, ya resulta común escu-
char a profesionales de esta disciplina hablar de “sujeto
político” (McLaughlin, 2012), “subjetivización política”,
“subjetividad política” (Díaz, 2005), “ontología política”
(Ospina, 2010), “educación política”, “socialización polí-
tica” (Molina, Rivera, 2012), “cognición política” (Mon-
tero, 1991) y otros conceptos asociados, como “ciudada-
nía”, “democracia”, “participación”, “educación cívica”,
“ciudad”, entre otros.
Lo político ha sido norma en las tendencias teó-
ricas de la Psicología que surgieron después de los años
70 en el siglo XX, cuando, guiados por los presupuestos
de un pensamiento emancipatorio, muchos psicólogos
hicieron de los análisis de los hechos psicológicos un
tipo de reflexión sobre el poder. Estas nuevas tendencias
se han agrupado especialmente en subespecialidades
como la Psicología social, la Psicología comunitaria, la
Psicología cultural, la Psicología jurídica y la Psicología
política. Pero, lo que resulta significativo en particular es
el uso de conceptos asociados a lo político que comien-
za a popularizarse entre psicólogos clínicos, educativos,
cognitivos y organizacionales que tradicionalmente han
fundamentado sus análisis desde la ortodoxia de orien-
taciones teóricas clásicas.
El caso que resulta más paradigmático es el del
psicoanálisis, una doctrina clásica en el pensamiento
psicológico que desde 1900 y por más de siete décadas
promovió un análisis de la condición humana en el que
pocas veces el término “política” constituyó un concepto
fundamental. En la actualidad, el panorama es comple-
tamente distinto, abundan publicaciones psicoanalíticas
en las que es notable el uso del término (Jiménez, 1993;
Rodríguez & Falcón, 1998; Macabías, 2003; Bernal,
1999, 2010; Vélez, 2010), hasta el punto que parece estar
convirtiéndose en otro de sus referentes fundamentales.
Sin embargo, aún no es muy claro si, más allá del
innegable poco uso que tuvo el concepto de “política”en
los textos psicoanalíticos publicados en el siglo XX, el
psicoanálisis ha integrado o no dentro de su reflexión
a lo político. Para algunos psicoanalistas la respuesta al
respecto es negativa; y ni siquiera consideran obviamen-
te posible la relación psicoanálisis-política. De ahí que
desarrollen textos con títulos como el siguiente: “Existe-
t-il un rapport entre la psychanalyse et la politique?” (Vé-
lez, 2010). Desde esa misma perspectiva, partiendo del
supuesto de que los psicoanalistas no se han interesado
por lo político, demanda a estos la necesidad de investir
el espacio político de hoy para evitar lo que él llama “el
silencio del pasado”. En este sentido, los psicoanalistas
del siglo anterior creyeron encontrarse exonerados de
esta cuestión, hasta el punto de parecer impasibles ante
prácticas políticas insostenibles. Esta interpretación, de
marcada separación del discurso psicoanalítico con el
orden de lo político, no sería del todo absurda dado que
el mismo Freud acostumbraba a decir: “Soy un hombre
de ciencia; nada tengo que ver con la política” (Freud,
citado por Jiménez, 1993, p. 46).
Con todo, para otros autores, en la clínica psicoa-
nalítica siempre ha estado presente lo político. De he-
cho, algunos de sus textos que tratan el asunto intentan
mostrar que casi desde su nacimiento el psicoanálisis lo
ha tomado muy en serio. A partir de tal convicción, for-
mulan respuestas a preguntas como estas: ¿Qué lengua-
je político empleó Freud en su obra? (Macabías, 2003),
¿cuáles fueron las actitudes políticas de Freud? (Jiménez,
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1993), ¿qué influencia tuvo Freud en la ciencia política?
(Jiménez, 1993; Rodríguez & Falcón, 1998), ¿cuál es el
significado del sustantivo “política” en el psicoanálisis?
(Bernal, 1999), ¿cuál fue la teoría política de Freud? (Ber-
nal, 2010).
En cualquier caso, el uso generalizado que co-
mienza a tener el concepto de “política” en los textos
psicoanalíticos evidencia un cambio progresivo y lento
de algunas de las prioridades teóricas y conceptuales de
una doctrina que lleva más de un siglo influenciando el
pensamiento psicológico, situación que no puede ser ob-
jeto de reparo alguno. Estos cambios pueden conllevar
a resultados positivos, medibles en contribuciones origi-
nales que la sociedad y la academia exaltarán con seguri-
dad en el futuro. Por ahora, lo que puede resultar impor-
tante al respecto es lo que concierne al pasado. Esto es,
cabe preguntarse hasta qué punto doctrinas como el psi-
coanálisis, e incluso otras tradicionales en la Psicología,
como el conductismo o cognitivismo, aportaron en la
creación de las condiciones académicas necesarias para
que se impusiera en la Psicología contemporánea, y en
general, en las Ciencias Sociales, este paradigma discur-
sivo en torno a lo político. También hay que preguntarse
hasta qué punto el estatuto que le concede actualmente
el psicoanálisis a la cuestión política es consecuente con
los planteamientos y presupuestos que se empezaron a
adoptar en la Psicología desde la década de 1970; y por
último, ¿qué implicaciones trae asumirla como central
en la reflexión académica del psicoanálisis? Estas son las
inquietudes que a continuación se tratan en el presente
artículo.
LO POLÍTICO Y SUS IMPLICACIONES
EN EL PSICOANÁLISIS
Sigmund Freud enseñó que las formulaciones
teóricas de la ciencia no acordes con la tradición, ine-
vitablemente debían enfrentar una serie de resistencias
organizadas para evitar el potencial transformador que
tienen en un campo del conocimiento. Dice Freud que,
en un primer momento, la comunidad científica, do-
minada por lo que tildó como “el horror a lo nuevo”
(Freud, 1980c), se opone a lo distinto y nuevo, en tanto
tiene por sacrosanto a lo ya consabido, al punto que lo
desestima aun antes de someterlo a indagación. Si con
el tiempo la novedad adquiere mayor vigor, y mayor re-
conocimiento y validación de la comunidad científica, el
resto todavía renuente a aceptarla, minimiza su alcance
e importancia. Y si al final logra imponerse como una
nueva verdad científica, sus infatigables críticos, dedica-
rán sus esfuerzos a mostrarlas como formulaciones om-
nipresentes y desde siempre aceptadas en cada enuncia-
do hecho desde la tradición. Esta evocación sobre Freud
sirve para señalar que con respecto a la cuestión política,
el derrotero de interpretación que están adoptando al-
gunos psicoanalistas recuerda el tercer momento. Esto
quiere decir que hay razones para sostener que en torno
a lo político, el psicoanálisis ha mostrado más lo que
Lakatos (1987) nombró como un poder heurístico regre-
sivo o degenerativo, que un poder heurístico progresivo,
por cuanto su programa de investigación científica no
predijo ni instauró con relativo éxito este nuevo orden
de prioridades conceptuales y temáticas en las Ciencias
Sociales, y en cambio, hoy día, intenta adaptarse a las
nuevas realidades académicas no anticipadas por él, ra-
cionalizando a posteriori los hechos ya aceptados por las
ciencias.
Por supuesto, esta interpretación ha de resultar
inaceptable para muchos de quienes acogen la doctrina
freudiana como guía para sus análisis de la condición
humana; variados artículos que abordan el asunto (Jimé-
nez, 1993; Rodríguez & Falcón, 1998; Macabías, 2003;
Bernal, 2010, 1999) intentan mostrar no solo lo que se-
ría el “innegable” compromiso que ha tenido el psicoa-
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nálisis con lo político, sino los posibles aportes que la
doctrina freudiana ha dado y puede seguir dando a este
campo signado por el propio Freud como del orden de
lo imposible.
Para atestiguar lo anterior, recurren a un esquema
argumentativo que se puede inferir de sus textos sin mu-
cha dificultad. En primer lugar, apelan a un argumento
teórico. Esto es, recuerdan con insistencia que en la obra
de Freud hay reflexiones en las que se abordaron algu-
nos fenómenos sociales constituyentes de la realidad po-
lítica de la cultura occidental. Por ejemplo, se encuentra
el análisis de Freud acerca de la religión, sus líderes y su
impacto en la sociedad, en textos como El porvenir de una
ilusión (1980c) o Moisés y el monoteísmo (1980d); también
está el examen que hizo sobre las masas y sus particula-
ridades, en el texto Psicología de las masas y análisis del yo
(1980b); y finalmente, uno de los escritos fundamentales
del psicoanálisis, El malestar en la cultura (1980e), en el
que Freud revela el insalvable antagonismo que existiría
entre los requerimientos de la cultura y las demandas
pulsionales de la vida psíquica de cada individuo.
De acuerdo con este argumento, no sería política
la discursividad de la doctrina psicoanalítica porque ne-
cesariamente haya abordado las grandes áreas temáticas
de la relación psicología-vida política y que hoy por hoy
se arroga en el campo especializado de la Psicología po-
lítica: la personalidad del líder, las guerras mundiales, el
militarismo, las relaciones internacionales entre países,
el comportamiento electoral, la propaganda, la tortu-
ra, etc. (Montero, 1993). En la misma línea de lo que
Martin-Baro y Maritza Montero (citados por Rodríguez,
2001) llamaron“la psicología política inconsciente”, se
podría suponer que los psicoanalistas han cumplido una
implícita labor de psicólogos políticos, al analizar un es-
pectro amplísimo de fenómenos e instituciones sociales
que tienen clara relación con la vida política de una na-
ción o de una comunidad, como la escuela, la psiquia-
tría, la medicina, la criminalidad, la marginación social,
el bajo rendimiento escolar, las enfermedades mentales,
las dinámicas propias de las grandes aglomeraciones hu-
manas, la influencia de los grupos sobre la conducta y
el pensamiento de los individuos, entre muchos otros.
En segundo lugar, está el argumento pragmático.
Según los autores, los explícitos compromisos adopta-
dos por los psicoanalistas en defensa de ciertos ideales
éticos serían políticos. Es decir, los propósitos explícitos
e implícitos de toda la obra freudiana, como la reivindi-
cación de la libertad de acción que deben tener los indi-
viduos, su oposición contra la tiranía moral, su voluntad
de desbaratar las trampas y denunciar las ilusiones que
estructuran el mundo moderno, así como los efectos del
dispositivo analítico en el goce del sujeto, tendrían una
irrecusable naturaleza política.
Las anteriores apreciaciones parecen suficiente-
mente claras para afirmar la dimensión política del psi-
coanálisis; de hecho, sirven efectivamente de guía para
organizar la producción psicoanalítica que trata la rela-
ción psicoanálisis y política, desde los tiempos de Freud
hasta la actualidad.Un ejemplo de la aplicación de este
esquema es el que revela los ejes propuestos por Michael
Sauval (2011), un psicoanalista uruguayo, fundador de la
revista argentina Acheronta y del portal Psicomundo, para
organizar los expedientes textuales que dan cuenta de di-
cha relación. En tales portales sugiere tres ejes: Primero,
“El psicoanálisis y las instituciones”, categoría en la que
agrupa las reflexiones y experiencias de los psicoanalistas
con las instituciones sociales; segundo, “Política del psi-
coanálisis”, nivel en el que reúne los estudios sobre las
cuestiones relativas a la transmisión en psicoanálisis y la
posición de los psicoanalistas frente a los poderes públi-
cos (leyes de salud mental, intentos de reglamentación
del psicoanálisis, etc.); y tercero, “Psicoanálisis y lucha
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de clases”, categoría que comprende la serie de artículos
que abordan las problemáticas relaciones del psicoanáli-
sis con la lucha de clases y el marxismo.
Con este modelo de clasificación de los artículos
psicoanalíticos, lo que Suaval en última instancia indica
es que el psicoanálisis es y ha sido un modelo teórico
comprometido con la cuestión política por el tipo de
problemas que ha investigado, por el tipo de valores que
ha adoptado ante la sociedad y que promueve con sus
teorías y modelos de intervención; y por las alianzas que
ha establecido con otras doctrinas para analizar el esta-
blecimiento.
Sin embargo, esta forma de comprensión tiene
un serio inconveniente, y es que permite otorgarle esa
misma condición a toda teorización realizada en nom-
bre de la Psicología. Ciertamente, los argumentos de
Sauval son muy esquemáticos y cualquier psicólogo que
pretenda salvaguardar alguna de las orientaciones teóri-
cas clásicas de la Psicología respecto a las controversias
que genera hoy día lo político, los puede emplear mutatis
mutandis, con la única salvedad de que se distancie del
supuesto metateórico de la neutralidad valorativa de la
ciencia psicológica que esgrimieron con vehemencia los
autores clásicos.
Para ilustrar lo anterior, se pueden tomar como
ejemplo a autores como Piaget y Skinner. Muy pocos
psicólogos asociarían, en efecto, al constructivismo de
Piaget a la propuesta conductista de Skinner con el sur-
gimiento y uso de esa plétora de conceptos vinculados
con lo político que los psicólogos emplean actualmente.
Por el contrario, plantearían la cuestión política como
un asunto ajeno a las preocupaciones académicas que
ellos tuvieron y que se definieron a partir de la organiza-
ción disciplinaria que reinó durante gran parte del siglo
XX. Sin embargo, sorprendentemente, sus nombres de-
berían relacionarse con esta preocupación que poseen
en la actualidad los psicólogos, ya que para afirmar la
naturaleza política de una escuela de la Psicología basta-
ría señalar que la teoría psicológica en discusión ha abor-
dado algún asunto meridianamente relacionado con la
vida política de un país o de la cultura occidental, que
loables propósitos sociales y que, además, genera disposi-
tivos con efectos visibles en la vida de las personas.
Obsérvese estas afirmaciones de autores clásicos
de la Psicología:
Según Parrat (2007), en 1931 Jean Piaget aseguró
en uno de sus discursos que:
más que nunca desde la guerra nuestra civilización está
en un punto crítico y los dos caminos entre los cuales
ella duda pueden llevar o bien a una regresión hacia
la barbarie o bien a una organización internacional y
social [...] más que nunca se impone la convicción que
solo la educación podrá remediar ese mal (Piaget, cita-
do por Parrat, 2007, p. 1).
Por su parte, Skinner consignó en su libro Walden
dos visitado de nuevo este comentario sobre su utopía de
una sociedad científicamente organizada:
El mundo comienza a enfrentarse con problemas de
una magnitud enteramente nueva; agotamiento de los
recursos, contaminación del ambiente, superpobla-
ción y la posibilidad de un holocausto nuclear, para
no mencionar más que cuatro de ellos. Por supuesto
que tanto las técnicas físicas como biológicas podían
servir de ayuda. (...) Pero todo esto no se conseguiría
más que si se cambiaba la conducta humana… Walden
Dos, insiste en que está al alcance una ciencia de la
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conducta de tipo especial, capaz de ocupar el puesto de
la sabiduría y del sentido común y de obtener mejores
resultados. (Skinner, 1968, p. 7)
¿No debería decirse, entonces, que las anteriores
afirmaciones de algunos autores clásicos de la Psicología
revelan una asunción de lo político que promovieron a
través de su movimiento teórico? Desde los psicólogos
que adoptaron como suyos los anhelos de Skinner por
contribuir a la creación de una sociedad libre de delin-
cuencia y del sufrimiento que causa la criminalidad has-
ta los psicólogos sociales más revolucionarios, promoto-
res de un cambio social más generalizado, de todos ellos,
podríamos concluir que incluyeron en sus reflexiones la
cuestión política.
A partir del esquema argumentativo empleado
por algunos psicoanalistas para afirmar la relación del
psicoanálisis con la cuestión política, podríamos llegar
al extremo de concluir que los análisis psicológicos de
cualquier tiempo, de todas las tendencias, y con los más
divergentes presupuestos epistemológicos se han en-
cauzado desde la racionalidad política. Ello incluiría a
Aristóteles, la figura por antonomasia de la filosofía, y a
todos los filósofos griegos de la época antigua que hace
más de 2500 años elaboraron reflexiones sobre la psyche,
así como a los teólogos de la edad media, a los filósofos
de la edad moderna y, por supuesto, a los psicólogos que
surgieron a partir del reconocimiento del estatuto epis-
temológico de la Psicología.
Si lo político se definiera por los propósitos que
establece una teoría con respecto a la sociedad, todos
los discursos lo son, lo han sido y lo serán. En este sen-
tido, a partir de Marx y Engels (2008) se empezó a com-
prender que la ciencia no es una empresa neutral, sino
que está inundada de valoraciones y apuestas políticas,
éticas y morales, desde las cuales se analiza y enjuicia lo
existente. En esta perspectiva, todo discurso científico,
independientemente de si adopta una reflexión direc-
ta de lo social o no, comporta efectos políticos-morales
y supone un posicionamiento político frente a lo que
acontece en la sociedad, sea de complicidad y defensa
del establecimiento, sea de cuestionamiento o de vigi-
lancia de él, pues hasta la indiferencia con lo que puede
resultar injustificable podría ser tomado como una pos-
tura política.
Por lo anterior, ningún científico queda eximido
de un posicionamiento ideológico adoptando el prin-
cipio epistemológico de la neutralidad valorativa de la
ciencia, la ingenua creencia
de que se limita a investigar ‘las cosas tal y como son’
y a ‘presentar’ sin más los resultados que ha ‘encon-
trado’. Dicha imposibilidad nace del propio hecho de
que nadie puede interrogar asépticamente la ‘realidad’
y transmitir de manera neutra la respuesta aportada
supuestamente por la propia realidad ante su hábil
cuestionamiento (Ibáñez, 1995, p. 24).
Y este aserto tiene especial sentido en la Psico-
logía. Toda teoría psicológica, dice Kenneth Gergen
(1988), en su texto La psicología social como historia, está
cargada de valores propios de la sociedad que la origina:
Al generar conocimiento acerca de la interacción so-
cial, también comunicamos nuestros valores perso-
nales. Se entregan así mensajes duales al receptor del
conocimiento: los mensajes que describen desapasio-
nadamente lo que parece ser y aquellos que sutilmen-
te prescriben lo que resulta deseable (Gergen, 1988,
p. 41).
Desde este modelo de comprensión de lo políti-
co, que en el pensamiento marxista se interpreta como
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lo ideológico, habría una dimensión política en el psi-
coanálisis, independientemente de si Freud reflexionó
sobre lo que acontecía en la sociedad o no; y tanto mejor
si lo hizo, como efectivamente lo recuerdan los psicoana-
listas. Pero, de la misma manera, habría una dimensión
política en el saber de la escuela psicológica humanista
que surgió en la década de los años 60 del siglo XX, o en
el saber de la escuela cognitivista, que emergió una dé-
cada antes, o en el de la Psicología fisiológica, que nació
antes de la llegada del siglo XX.
Si esto es efectivamente así, entonces debemos admi-
tir que cualquier científico social que sea realmente
eficaz en tanto que científico, es decir, que produzca
conocimientos ampliamente reconocidos y que aporte
efectivamente algo a su campo de especialidad, está ac-
tuando ineludiblemente como agente político capaz de
incidir, poco o mucho, a más corto o largo plazo, sobre
la “realidad” social, puesto que modifica nuestra forma
de entenderla (Ibáñez, 1995, p. 23).
En oposición a lo antes planteado, cabe precisar
que una doctrina ya constituida no se integra a esta nue-
va realidad académica relacionando sus tradicionales ob-
jetos de estudios con los planteamientos y debates de las
ciencias políticas, ni explicitando su postura ética sobre
la condición humana, a la que con seguridad considera-
rán mejor que las otras.
Aquí cabe realizar la misma aclaración que efec-
tuó en su momento Jerome Bruner (1991), cuando, en
las pasadas décadas de los años 80 y 90, emergió con
gran estruendo en la Psicología la revolución contextual
y todas las psicologías, en mayor o en menor grado, se
declararon sociales. Ante esta confusión, Bruner enfati-
zó en que la condición social de una explicación de la
acción humana no era teórica, sino epistemológica. En
palabras de Moscovici (2010), lo social era una manera
de observar los fenómenos y las relaciones, la visión psi-
cosocial, que implica pasar de una concepción binaria
de las relaciones humanas, tan extendida, a una concep-
ción ternaria de los hechos y de las relaciones humanas.
Las precisiones que requiere la cuestión política
se deben hacer de un modo equivalente a como Mosco-
vici (2010) y Bruner (1991) lo hicieron con lo social y lo
contextual, en el sentido de que la dimensión política de
un discurso no debe leerse en el objeto de su reflexión
teórica, ni la ética y valores que orientan su reflexión,
sino en la plataforma epistemológica que lo sustenta. Al
respecto, plantea Ibáñez:
Adquirir un compromiso político orientado a un cam-
bio social emancipador no pasa tanto por reconducir
los conocimientos psicosociales hacia otras aplicacio-
nes, no por estudiar los problemas que la psicología
social estándar menosprecia y a partir de ahí actuar
en consecuencia, sino que pasa por romper de forma
radical con los supuestos epistemológicos que susten-
tan la propia psicología social en tanto que disciplina
científica (Ibáñez, 1993, p. 33).
Lo anterior se puede explicar con las palabras de
Foucault (2004): “La cuestión política, en suma, no es el
error, la ilusión, la conciencia alienada o la ideología; es
la verdad misma” (p. 156). Es decir:
El problema político esencial… no es criticar los conte-
nidos ideológicos que estarían ligados a la ciencia, o de
hacer de tal suerte que su práctica científica esté acom-
pañada de una ideología justa. Es saber si es posible
constituir una nueva política de la verdad. El problema
no es cambiar la conciencia de las gentes o lo que tie-
nen en la cabeza, sino el régimen político, económico,
institucional de la producción de la verdad (Foucault,
2004, p. 156).
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La dimensión política de un discurso no se mide
por sus efectos sociales ni por el objeto de su investiga-
ción, o por los propósitos que establece con su empresa
teórica; sino por el reconocimiento explícito que hace,
en el seno de su modelo teórico, de la verdad de sus
formulaciones como reveladora de una apuesta políti-
ca, no necesaria, que hizo una comunidad o una épo-
ca. Supone adoptar una lectura epistemológica distin-
ta de la verdad y de las teorías científicas, tras asumir
las implicaciones del derrumbe de la ontología cerrada
tradicional, lo cual“revela que los rasgos percibidos por
nosotros como ontológicamente positivos se basan en
una decisión ético-política que sostiene la hegemonía
prevaleciente” (Zizek, 2001, p. 187). De ahí que Laclau
concluya: “Ha muerto la filosofía, ha nacido el orden de
lo político” (citado por Zizek, 2001, p. 187).
Para Foucault e Ibáñez, la visión política es his-
rica, pues, relativiza la perspectiva de mundo que la cien-
cia presenta en un determinado tiempo, y nació en un
momento específico que desaparecerá cuando los acon-
tecimientos políticos que estructuran la cultura occiden-
tal así lo establezcan; no es metafísica de lo eterno, de lo
que vale para todo hombre, sino condición fortuita de la
existencia, efímera en su expresión, y que solo tiene sen-
tido para quienes fueron forjados por los mismos acon-
tecimientos políticos. Es reflexión del ser en el tiempo
de la existencia humana, en un mundo contingente y
cambiante, no juicio transcendental y mítico. Por tanto,
un discurso no es político porque haya hablado de la
sociedad y de las graves implicaciones que puede tener
ciertas aprehensiones colectivas; sino porque relativizó
su perspectiva de mundo y la verdad de su decir, que no
es más que el presente de un nosotros, que nunca será el
de otros, y que con seguridad llegará a ser el incompren-
sible pasado de los que en el futuro vivirán en el nuevo
“modo de ser de hoy”.
Para Foucault (2004), la cuestión política es fun-
damentalmente una reflexión de los límites del conoci-
miento, un análisis crítico de los a priori que definen lo
verdadero y lo falso en un campo del saber. Esta trans-
formación en el saber científico, en la que se pasa del
estudio de la racionalidad universal del conocimiento al
examen de lo que se considera verdadero en un contexto
histórico específico, es, para Foucault, una lectura nietzs-
cheana de la ciencia. Así, desde una perspectiva de lo po-
lítico, no se hace historia del saber de la ciencia al modo
hegeliano, esto es, como un ascenso hacia la realización
de la razón absoluta; más bien, se debe hacer historia del
saber de una disciplina al modo nietzscheano. “Yo creo
que Nietzsche propone la idea de que la historia se debe
a la casualidad, es una cadena de eventos que ocurren
por azar y no existe en ella el concepto de progreso o
regularidad* (Foucault, 2001, p. 598). La historia nietzs-
cheana de la verdad es una historia que instala, como
bien lo indicó Octave Mannoni con respecto a la tesis
doctoral de Foucault, un “momento de vacilación don-
de la historia habría podido ser otra” (Mannoni, citado
por Eribon, 1995, p. 213). Foucault (2001) conceptuó
el azar como elección de una época, que define cuáles
serán los criterios para definir la verdad y el tipo de dis-
cursos que tendrán efectos de verdad.
Como es de prever, tal comprensión tiene alcan-
ces profundos para la conceptualización en los discursos
psicológicos, pues, hoy día, resulta imposible aceptar las
conclusiones de una teoría psicológica como aplicables
a un hecho universal de la condición humana. De ahí
que Foucault haya denunciado en el discurso freudiano
un desconcierto ante el análisis político, que Freud pa-
rece haber impulsado inicialmente con el psicoanálisis.
* Traducción del autor de este trabajo. Dice originalmente Foucault: “Je
crois que Nietzsche propose par là l’idée que l’histoire n’est due qu’au
hasard, que c’est un enchaînement d’événements qui se produisent par
hasard et qu’il n’y a là ni concept de progrès ni régularité”.
mArco Alexis sAlcedo sernA
Psicogente, 18 (34): pp. 420-432. Julio-Diciembre, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
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Según Foucault (1993), al final, Freud se vio obligado a
desconocer este basamento político de sus hallazgos, al
no situar sus descubrimientos en un contexto de análi-
sis histórico. A través de su mitología, elevó al rango de
verdad arcaica de la condición humana las convicciones
y las elecciones de una época. Uno de los ejemplos que
brinda Foucault es el del “Complejo paternal”:
Se trata de esa sedimentación histórica, que más tarde
el psicoanálisis pondrá en claro otorgándole por me-
dio de un nuevo mito el sentido de un destino que
caracterizaría toda la civilización occidental, y posible-
mente toda civilización, sedimento que ha sido depo-
sitado por la locura y que no se ha solidificado sino
recientemente (Foucault, 1993, p. 231).
Foucault reclama a Freud que posicionó al saber
psicoanalítico en un lugar desde el cual no se registra la
historia de las experiencias, de los actos institucionales
que originaron el conjunto de reglas en la lógica de co-
nocimiento que ha subjetivizado de un modo particular
al hombre actual. Según esto, Freud se imaginó que los
hombres del pasado y los hombres del futuro compar-
tirían con él la misma positividad de la verdad que nos
rige hoy, como si las experiencias originarias del clasicis-
mo fueran inherentes a la existencia humana.
Ahora bien, la asunción de la racionalidad po-
lítica en una doctrina clásica como el psicoanálisis no
significa que lo dicho desde dicha doctrina sea inheren-
temente falso o que deban tener ahora una mayor sensi-
bilidad hacia lo que acontece en la sociedad. Significa,
más bien, que los psicoanalistas deben comprender que
sus verdades, probablemente acertadas, solo le concier-
nen a cierto tipo de hombre, perteneciente a cierto mo-
mento histórico y contexto cultural. Significa, además,
que reconozcan que esas verdades reflejan una estruc-
tura jurídico-política, una de tantas posibles, que hizo
viable a esa verdad como tal. Y, subsiguientemente, ten-
drían que adoptar el compromiso académico de discer-
nir los mecanismos históricos, culturales y políticos de
constitución y mantenimiento de esas verdades subjeti-
vas. En este punto, habría que preguntar a los psicoana-
listas: ¿los debates psicoanalíticos han conducido a esos
reconocimientos? O mejor aún, ¿es posible un psicoaná-
lisis con tales presupuestos? O incluso, ¿puede haber un
dispositivo clínico, de cualquier naturaleza, que adopte
esos presupuestos?
Por lo pronto, se puede decir que si Freud hu-
biera adoptado realmente una perspectiva política en su
reflexión, habría llegado a la misma clase de conclusión
de Kenneth Gergen (1988) con respecto a la Psicología:
“los psicólogos del futuro no encontrarán gran valor en
el conocimiento contemporáneo” (Gergen, 1988, p. 47).
A MODO DE CONCLUSIÓN
Una manera distinta de entender el creciente in-
terés de los psicólogos de todas las orientaciones por lo
político y su impacto en el psicoanálisis, es recordar el
interesante análisis de Foucault sobre la Psicología en
1957. Entonces, el filósofo ubicó en la historia de la Psi-
cología dos acontecimientos, en cierta manera fortuitos,
pero fundamentales, que decidieron para su época la
discursividad en esta disciplina (Salcedo, 2009). El pri-
mero aconteció a mediados del siglo XIX y correspondió
a la instauración del “prejuicio naturalista” en la Psico-
logía, que implicaba el afán de “hacerse incluir entre las
ciencias de la naturaleza, (encontrando) en el hombre la
prolongación de las leyes que rigen los fenómenos natu-
rales” (Foucault, 1957a, p. 3). De este modo, la Psicolo-
gía del siglo XIX estuvo dominada por la aspiración de
“tomar prestado de las ciencias de la naturaleza su estilo
de objetividad y de buscar, en sus métodos, su esquema
de análisis” (Foucault, 1957a, p. 3). Para los psicólogos
lA cuestión de lo político en el psicoAnálisis
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de dicha época, el laboratorio se convirtió en el nicho
de constitución del conocimiento psicológico. Allí nació
esta como ciencia positiva, allí se formaron los primeros
psicólogos y de allí emanaba su legitimidad ante las otras
ciencias.
Para Foucault, el segundo gran acontecimiento en
la Psicología que ocurrió a comienzos del siglo XX, no
es otro que el nacimiento del psicoanálisis, que trans-
formó radicalmente el pensamiento del psicólogo. Dice
Foucault: “el descubrimiento del inconsciente transfor-
ma en objeto de la psicología y tematiza como procesos
psicológicos los métodos, los conceptos y finalmente
todo el horizonte científico de una psicología de la con-
ciencia” (Foucault, 1957b, p. 5). Para Foucault, el impac-
to que produjo Freud en la Psicología fue muy grande,
pues “fue en el curso de la reflexión freudiana como el
análisis causal se transformó en génesis de las significa-
ciones, como la evolución cedió su lugar a la historia, y
como se substituyó el recurso a la naturaleza por la exi-
gencia de analizar el medio cultural” (Foucault, 1957a,
p. 5). En síntesis, “Al llevar hasta sus límites extremos el
análisis del sentido, Freud dio su orientación a la psico-
logía moderna” (Foucault, 1957a, p. 5). Toda forma de
Psicología nacida hasta por lo menos la década de los
60 del siglo XX tiene entonces una base clínica y su ni-
cho de constitución discursiva es el consultorio, el lugar
paradigmático de trabajo del psicólogo. Sustituyendo el
laboratorio por el consultorio, Freud posibilitó nuevas
opciones a la Psicología y definió la visión popular del
psicólogo como un profesional dedicado a ayudarles a
las personas a resolver las dificultades emocionales que
les causa el mundo o las relaciones con los otros.
Estos dos acontecimientos aparecen descritos en
los dos documentos que Foucault publicó en 1957. No
obstante, el punto a subrayar es que si hubiera escrito
esos textos ese año en la década de los años 70, pro-
bablemente hubiera agregado un tercer gran aconteci-
miento que está modificando el modo de comprensión
de la realidad del hombre occidental, y que tardiamente
repercute en la Psicología. De hecho, al inicio, Foucault
lo ubicó en los eventos ocurridos en 1968.
La manera como el poder se ejercía concretamente y
en detalle con toda su especificidad, sus técnicas y sus
tácticas, no se planteaba;… solo se ha podido comenzar
a realizar este trabajo después del 68… Fue ahí donde
la cara concreta del poder apareció y al mismo tiempo
la fecundidad verosímil de estos análisis del poder para
darse cuenta de las cosas que habían permanecido has-
ta entonces fuera del campo del análisis político:… el
internamiento psiquiátrico, la normalización mental
de los individuos, las instituciones penales (Foucault,
2004, p. 146).
Después aclara en otro texto, que es a partir de la
desestalinización del mundo occidental del que mayo 68
sería solo un efecto, que el teatro político de la verdad
se modifica:
… a partir de la desestalinización, a partir de los años
sesenta, creo que hemos descubierto que gran número
de asuntos que considerábamos menores ocupan una
posición absolutamente central en el terreno político,
dado que el poder político no consiste únicamente en
las grandes formas institucionales del Estado, en lo
que llamamos aparato de Estado. El poder no opera
en un solo lugar, sino en lugares múltiples (Foucault,
1999, p. 68).
Comoquiera que sea, este acontecimiento de
mayo 68 implica la imagen de estudiantes y académicos
saliendo del sagrado claustro universitario para protes-
tar en la calle por el tipo de instituciones políticas que
nos determina y por los peligros que amenazan a toda
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la especie humana. Y, por otra parte, esta imagen mues-
tra que lo fundamental para los intelectuales ya no está
adentro, en las instituciones, en la torre de marfil que
representa la universidad, sino afuera, en la calle, en la
vida cotidiana y real de las personas.
Décadas después de 1968, los psicólogos, comien-
zan a emular a los estudiantes de La Sorbonne, pues,
progresivamente, trasladan el nicho constituyente de la
discursividad de la Psicología. Luego de hallarse en el
laboratorio y en el consultorio, ahora la calle se ha con-
vertido en el nuevo nodo discursivo y encuadre para los
psicólogos, escenario que décadas atrás Lefebvre (1980)
había reconocido como el espacio político por excelen-
cia: el objeto, centro, causa y finalidad de la lucha polí-
tica.
Si esto es así, también los psicoanalistas deben
trasladar sus dispositivos y discursos a la calle, pasar-
los poco a poco, del espacio privado de la familia y del
consultorio, al espacio público de la calle, como fuen-
te última de explicación de la estructuración subjetiva.
El espacio público es entonces hoy día un nuevo nicho
discursivo para los psicólogos (Salcedo, 2010), que va a
traer imprevisibles consecuencias epistemológicas y teó-
ricas para esta disciplina, las cuales apenas comenzamos
a vislumbrar. Cabe finalizar con esta pregunta: ¿podrá
subsistir el psicoanálisis ante un modo de comprensión
de la subjetividad como un hecho político constituido,
en vez de limitarse a escenarios privados e institucionales
como la familia? Con otras palabras, ¿logrará trasladarse
a escenarios colectivos y públicos que se han instalado
arbitrariamente por ciertas dinámicas de poder?
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