Psicogente, 18 (33): pp. 117-128. Enero-Junio, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
http://publicaciones.unisimonbolivar.edu.co/rdigital/psicogente/index.php/psicogente
* Este trabajo forma parte del proyecto de investigación Psicopatologías comparadas, financiado por el Instituto de Investigaciones en Psicología de la Uni-
versidad del Salvador (IIPUS).
1 Doctor en Psicología. Profesor titular Universidad del Salvador. Email: ibarreira@yahoo.com. Arenales 2812, 1 “A”, CABA, Argentina. CP: 1425.
Resumen
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales lleva ya más de 60 años de
vigencia, ha sido objeto de numerosas actualizaciones a lo largo de su historia. El objetivo del
presente artículo es revisar cómo evolucionó su propuesta en relación a la tarea diagnóstica del
clínico, a fin de comprender sus implicaciones en términos de posibilidades y limitaciones. La
línea de análisis de dicha revisión es epistemológica, y hace hincapié en los fundamentos teóricos,
conceptuales y científicos del DSM.
Abstract
This research paper focuses on an epistemological, theoretical, conceptual and scientific review
related to a clinical diagnostic understanding of its implications taking into consideration pos-
sibilities and limitations based on the Diagnostic and Statistical Guide for Mental Disorders,
which is more than sixty years old with many modifications along its history.
Palabras clave:
Psiquiatría, Nosografía,
Manual Diagnóstico Estadístico,
Epistemología, Trastorno mental.
Key words:
Psychiatry, Nosography,
Diagnostic and Statistical Manual,
Epistemology, Mental disorder.
Referencia de este artículo (APA):
Barreira, I. (2015). El DSM, del nomenclador a la guía de tratamiento: Un comentario crítico a la nosografía americana. Psicogente, 18(33),
117-128. http://doi.org/10.17081/psico.18.33.60
EL DSM, DEL NOMENCLADOR A LA GUÍA DE TRATAMIENTO:
UN COMENTARIO CRÍTICO A LA NOSOGRAFÍA AMERICANA*
DIAGNOSTIC AND STATISTICAL GUIDE FOR MENTAL DISORDERS:
A CRITICAL COMMENT FOR AMERICAN NOSOGRAPHY
Recibido: 24 de febrero de 2014/Aceptado: 1 de julio de 2014
http://doi.org/10.17081/psico.18.33.60
IGNACIO BARREIRA ALSINA
1
Universidad del Salvador - Argentina
118
INTRODUCCIÓN
El hecho definitivo para la realización del proyec-
to DSM fue la recolección de datos estadísticos sobre
trastornos mentales en el Censo de 1940 de los Esta-
dos Unidos. A esta necesidad respondieron la American
Psychiatric Association (APA) y la New York Academy of
Medicine, mediante la elaboración de una nomenclatu-
ra específica para pacientes con padecimientos psiquiá-
tricos y neurológicos, de modo que resultara útil para
la recolección de datos representativos de la población
psiquiátrica norteamericana. El trabajo de estas entida-
des se basó en una clasificación que el ejército de los
Estados Unidos había realizado en 1918, y que poste-
riormente se amplió con elementos aportados por las
experiencias con pacientes psiquiátricos de la Segunda
Guerra Mundial.
En 1952, apareció la primera edición de esta cla-
sificación con el nombre DSM-I (Stagnaro, 2006; Lau-
rent, 2008; Ferrari, Lancelle, Pereira, Roussos y Weins-
tein, 2008). Este manual resultó una variante del CIE-6
(manual que en su sexta edición de 1948 incluyó un
apartado específico para los trastornos mentales). Debi-
do a la insatisfacción por la ausencia de clasificaciones
definitivas, tanto el DSM como el CIE fueron objeto de
nuevas versiones. En mayo de 2013, se publicó el DSM
5 (), mientras que el CIE continúa utilizando su décima
edición.
A continuación, se revisará la propuesta actual
del DSM a partir de lo que expresa su comité científico
en el prólogo, así como la posición de Juan Carlos Stag-
naro sobre los supuestos básicos del DSM y la crítica que
le hace a los mismos.
OBSERVACIONES EPISTEMOLÓGICAS
AL DSM-IV
La propuesta del DSM-IV (base teórica)
Como se ha dicho, el DSM-I surgió del intento de
realizar una clasificación de trastornos mentales consen-
suada en materia de salud mental. El acuerdo respecto a
los contenidos que se debían incluir o excluir, amén de
los criterios que había que utilizar para la clasificación
y las discrepancias entre los profesionales implicados
en la propuesta (mayoritariamente psiquiatras y psicó-
logos), se convirtieron simultáneamente en los motivos
y dificultades inherentes a esta tarea (Ferrari, Lancelle,
Pereira, Roussos y Weinstein, 2008). Entonces cabe pre-
guntarse cómo fue que todo esto decantó en un produc-
to final consensuado. O, con otras palabras, ¿qué fue
lo que finalmente se planteó en el DSM I? Vale decir
que, en su primera edición, el DSM apareció como un
nomenclador en el que convergían el psicoanálisis freu-
diano y una concepción psicobiológica (por influencia
de Meyer), y donde la noción de “reacción de la per-
sonalidad” a factores psicológicos, sociales o biológicos
resultaba central, prevaleciendo sobre los determinan-
tes genéticos, constitucionales y metabólicos (Stagnaro,
2006; Laurent, 2008). En 1968, apareció una segunda
edición del manual, el DSM II, que continuó con la
misma lógica. Pero esta segunda edición recibió intensas
críticas, que Laurent (2008) resume así: “Las dificultad
de obtener diagnósticos fiables y válidos, independien-
tes de las diferentes teorías psicopatológicas, la falta de
consenso diagnóstico de las patologías mentales (poca
fidelidad de criterios comunes epidemiológicos) es resul-
tado de la diversidad de doctrinas psiquiátricas y de un
desacuerdo acerca de la causalidad de las enfermedades
mentales”. Y tales críticas motivaron una revisión funda-
mental, iniciada hacia 1973, que terminó en una adap-
tación avalada por la OMS (Stagnaro, 2006; Laurent,
2008). En 1980 apareció el DSM III, edición que, frente
a la falta de consenso diagnóstico respecto a la causa-
lidad de los cuadros psicopatológicos, pretendió lograr
dicho consenso en torno a la noción de síndrome. Esta
concepción partió de la descripción detallada de dife-
rentes síndromes evaluados por medio de instrumentos
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ad hoc, en los que se registraban los signos y síntomas
en cuestión, su duración y su intensidad para realizar el
diagnostico en cuestión. Según esta nueva edición, los
síndromes debían concebirse como entidades naturales
cuya disfunción biológica causal subyacente sería cono-
cida en el futuro (Laurent, 2008). De manera errada, se
supuso que un criterio unificador de lo metodológico y
operativo en una semiología menos pretenciosa desde la
justificación de los cuadros psicopatológicos, eliminaba
el multiteoricismo de las ediciones anteriores e introdu-
cía una visión naturalista. Justamente, en el contexto de
este debate, el nomenclador devino en una guía de tra-
tamiento (Stagnaro, 2006, 2007, 2009), cuestión que no
fue modificada en la edición de 1994.
El DSM: del nomenclador a la guía de tratamiento
Los hechos reseñados nos invitan a revisitar los
fundamentos del DSM tal como fueron propuestos en
su edición vigente: ¿De dónde parte, cuál es su objeto
y cuál su sentido? Coordenadas que resultan esenciales
para definir los alcances y las limitaciones de dicho ma-
nual. Encontramos unas primeras respuestas en las pági-
nas iniciales de este, de acuerdo con lo expuesto por el
comité científico:
Nuestra prioridad ha sido la de proporcionar una guía útil
para la práctica clínica (...) esperamos que este manual sea
práctico y de utilidad para los clínicos.
(American Psychiatric Association, 1997)
Si la propuesta es ofrecer “una guía útil para la
práctica clínica”, la pregunta que se impone es: ¿en qué
consiste esta guía? El proyecto original DSM contempla-
ba la elaboración de una clasificación que diera cuenta,
desde un marco sanitario, de la forma como estaba con-
formada la población en términos de salud mental. En
este sentido, del censo a la guía de práctica clínica, hay
un largo trecho que evidencia la distancia entre el plan-
teo actual y las motivaciones originales del DSM. Por
otra parte, esclarecer el objeto al que apunta dicha guía
nos precisará el tipo de ayuda que aporta (sentido y obje-
to). El DSM establece algo acerca de este segundo punto:
pues, expresa que: “Una nomenclatura oficial es necesa-
ria en una amplia diversidad de contextos”
(Psychiatric
Association, 1997).
Por lo mencionado en el párrafo anterior, y si-
guiendo el espíritu sanitario original del DSM, sería des-
cabellado negar que este manual resulta de enorme utili-
dad para el establecimiento de una unificación nominal
entre los profesionales de la salud mental. Pensando,
por ejemplo, en los efectos prácticos de esta cuestión,
sobresale el hecho de que mediante él se puede agilizar
la comunicación entre profesionales, y permite un acuer-
do tácito que facilita el trabajo inter, multi y transdisci-
plinario. No obstante, es claro que en él se yuxtaponen
dos propuestas heterogéneas: la del nomenclador, por
un lado, y la guía de tratamiento, por el otro. La prime-
ra tiene un valor sanitario, en tanto que la segunda lo
tiene para la práctica profesional, que, aun cuando no
deja de tener un sentido sanitario, excede ampliamente
el propósito estadístico. La diferencia entre un nomen-
clador con fines estadísticos y una guía de tratamiento
radica en la necesidad de explicar el tipo de elementos
que deben ser tenidos en cuenta para pasar de un tipo
de clasificación a la otra. Por un lado, el acto de nomi-
nar un cuadro psicopatológico; por el otro, el de diag-
nosticar y tratar a un paciente: el nomenclador describe
una realidad, la guía de tratamiento propone intervenir
sobre la misma. El nomenclador nos remite a categorías
diagnósticas, los tratamientos implican intervenir sobre
personas fácticas.
La ciencia como garante de la extrapolación
Si consideramos al DSM como un índice que cla-
sifica categorías diagnósticas basadas en la observación
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clínica, dicha nosografía resulta de suma utilidad para
un equipo de profesionales tratantes, aunque, tratándo-
se de un índice, nada debería decirse sobre el hecho de
realizar intervenciones en el paciente diagnosticado. La
diferencia entre el nomenclador y las guías de tratamien-
to consiste en que las segundas resultan esenciales para
el trabajo del clínico. La traspolación de una clasifica-
ción descriptiva a una guía práctica, sin las adecuaciones
correspondientes, resulta un error conceptual grosero.
En este sentido, no concordamos con el comité científi-
co, que justifica dicho cambio de rumbo de la siguiente
manera:
La utilidad y credibilidad del DSM-IV exigen que se
centre en objetivos clínicos, de investigación y educa-
cionales, y se apoye en fundamentos empíricos sólidos
(Psychiatric Association, 1997).
Al pasar de un nomenclador a una guía de trata-
miento, uno de los problemas que aparecen es que no
se puede tratar a un paciente a partir de categorías dise-
ñadas para un censo. Aunque la clasificación se hubiera
realizado con el mayor rigor científico, contando con
los fundamentos científicos más sólidos, existe una abis-
mal diferencia entre aplicar metodologías científicas a la
elaboración de un nomenclador y utilizar ese producto
como una guía de tratamiento. Lo segundo implica la
utilización de la ciencia en un sentido muy diferente al
contemplado en lo primero, al margen del rigor con el
que se hubiera hecho este.
Los autores se amparan en la ciencia y la investi-
gación para justificar el cambio de rumbo, con lo que la
ciencia se erige en el fundamento irrefutable de dicho
cambio. Es claro que la investigación empírica juega en
el DSM un indiscutible papel de fundamento, y esto se
advierte en la declaración de los “fundamentos científi-
cos sólidos”, pero el problema radica en que decir que
algo “es sólido” no necesariamente hace que lo sea. Esto
puede aclararse con la siguiente analogía: Podemos acor-
dar que la madera balsa es un material lo suficientemen-
te sólido como para hacer un barco de juguete que flote
y sea capaz de cierta navegación, pero eso no quiere decir
que la balsa sea lo suficientemente sólida como para ha-
cer un barco que cruce el océano.
De este modo, la concepción científica y la me-
todología estadística se erige en la primera referencia
epistemológica del DSM, tal como su título lo indica:
Manual Diagnóstico Estadístico de los Trastornos Mentales.
En esta maniobra se advierte cómo, en el paso del no-
menclador a la guía de tratamiento, se utiliza a la ciencia
como tutora para evitar el conflicto.
Una de las claves de este movimiento se encuentra
en el deslizamiento de sentido que se le otorga al térmi-
no estadística. En el DSM-I, la estadística se encontraba
al servicio del Estado, es decir, el sentido de estadístico
era servicial a la administración pública; en cambio, en
el DSM-IV, la estadística se encuentra al servicio de la
validez de la clasificación cuyos objetivos han cambiado,
la estadística se refiere a la ciencia, garante de la deci-
sión de pasar de nomenclador a guía práctica. Si bien el
DSM-IV respeta la idea original de “recoger información
de tipo estadístico”; a esta tarea se le suman otras dos,
puesto que el DSM sirve ahora para el trabajo “clínico,
de investigación o estadístico” (Psychiatric Association,
1997). De estas tres actividades, predomina la última por
dos motivos: 1) Motivos históricos, que buscan legitimar
la continuidad del DSM pese a sus cambios; 2) Moti-
vos de tutela, que buscan legitimar el cambio de rumbo
sin tomar en cuenta las cuestiones pertinentes. A esta
última, varios psicoanalistas la denominaron “la razón
estadística” (Pujó, 2008; Insúa, 2008).
La intención (sentido y objeto) del DSM dejó de
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ser puramente estadística (para el Estado), y dio paso a
la estadística en tanto método científico que le procura
mayor objetividad a la clasificación, ya que esta se con-
virtió en una guía de tratamiento. Por estos motivos, los
autores del DSM eliminaron los sesgos que impregna-
ban el sentido original de las categorizaciones sobre las
que se construyó su nosografía, omitiendo la mención a
las fuentes de origen (que implican categorizaciones con
implicancias teóricas definidas), y sustituyéndolas por la
condición científica, y por ende objetiva, de la literatura
que le sirve como fundamento.
El objetivo de la revisión de la literatura ha sido el de
proporcionar información amplia y no sesgada, y ase-
gurar que el DSM-IV contenga la mejor literatura clíni-
ca y de investigación actualmente disponible (Psychia-
tric Association, 1997).
Aquí lo importante es que la literatura se men-
ciona más por su condición neutral respecto a sesgos,
evitando “vaguedades”, “ambigüedades”, etc. Lamen-
tablemente, este intento de objetivizar la psiquiatría
“del modo más científico posible” acaba por excluir
las aclaraciones epistemológicas que necesitamos para
comprender el tipo de análisis estadístico que se esta-
blece: qué medidas se han tomado sobre qué variables
para llegar a qué resultados. Es evidente que se pretende
establecer un manual diagnóstico y estadístico a partir
de la descripción de los signos y síntomas de ciertos sín-
dromes psicopatológicos –queda en claro la referencia
al origen–; sin embargo, quedan dudas sobre el modo
en que se llega a los resultados expuestos en el manual
(¿Cómo funciona el método de selección de categorías y
variables? ¿Cuál es el sesgo que se introduce para tomar
decisiones importantes; por ejemplo: la exclusión del
diagnóstico de neurosis del manual o la reducida deli-
mitación de los trastornos de personalidad a diez tipos
subsumidos en tres categorías?). Partimos de un punto
en el que, a priori, nos deberíamos encontrar con un no-
menclador común y para mutuo entendimiento entre
profesionales; no obstante, esto se frustra, pues nos que-
dan serias dudas sobre las bases que sustentan la confec-
ción de dicho manual. ¿En qué consiste esta “literatura
clínica, científica actualizada”? ¿De qué investigaciones
se trata?
Así como para legitimar la clasificación resulta ne-
cesario apelar a la tutela de la ciencia, para efectuar tra-
tamientos, es importante realizar las aclaraciones corres-
pondientes al marco de referencia en que se inscriben.
Muchos psicoanalistas le critican a la psiquiatría en ge-
neral, y al DSM en particular, cómo el afán cientificista
forcluye al sujeto integral (Eidelsztein, 2001; Frydman,
2012), resultando de esta concepción una nosografía
que clasifica a los hombres sin tomar en cuenta su subje-
tividad (Laurent, 2008).
Conclusiones sobre la propuesta del DSM
Por todo lo expuesto, concluimos respecto a la
propuesta del DSM:
1. El DSM no declara sus fuentes. Es decir, sí expli-
cita los comités de investigación, pero no ofrece
un apartado sobre la bibliografía tenida en cuenta
para la elaboración del manual: no especifica la
literatura científica
1
.
2. No evidencia el sesgo hermenéutico que le impri-
me al manual (zona teórica), sea para el armado
de las categorías o para precisar una guía de trata-
mientos.
3. No explicita el campo que abarca (base empírica),
ni las variables incluidas y excluidas de su modelo
estadístico, no figuran los criterios de inclusión y
exclusión de dichas variables. Es evidente que ha-
1 En lugar de indicar las fuentes bibliográficas, se presenta un índice de los
consultores que han participado. Esto nada dice de los criterios “científi-
cos” asumidos al margen del título académico de estas personas.
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blamos de “la población de los Estados Unidos”,
pero una base empírica y científica necesita de
estas precisiones. De esto resulta que no se expli-
citan las observaciones, variables y métodos que
actúan en la constitución del manual.
4. No reconoce un paradigma desde su propuesta
(zona teórica)
2
. En este sentido, es claro que las
estadísticas se realizan sobre constructos teóricos,
pero estos dependen a su vez de zonas teóricas
que adoptan los investigadores, y que definen el
marco de la lectura y el abordaje de la realidad.
El a-teoricismo es imposible (Stagnaro, 2007, 2009;
Lacombe, 2008). Los modos de abordar la realidad siem-
pre están impregnados de la valoración de ciertos datos.
Partiendo de ciertas variables (que cambian de un pa-
radigma a otro y también de un investigador a otro), se
establecen jerarquías que definen el campo de observa-
ción (base empírica). De este modo, la zona teórica define
el umbral de observación del sujeto que investiga, y la
base empírica delimita el campo de observación en el que
se estudian los objetos propuestos. Así, según el DSM,
la zona teórica consiste en la revisión de la mejor literatura
sobre observaciones clínicas empíricas; y la base empírica está
constituida por los trastornos mentales de la población.
Sin embargo, le falta definir con mayor precisión en qué
consisten la zona teórica y la base empírica, así como el
enlace entre estos.
La concepción de trastorno mental
en el DSM (base empírica)
Una vez “definido” el enfoque epistemológico
del manual (zona teórica), se debe analizar el objeto de
2 “La pretendida neutralidad teórica de esta clasificación ha sido seriamen-
te refutada dentro de la psiquiatría europea ya que parecía reflejar la pre-
dominancia de las corrientes de la psiquiatría biológica y de la aproxima-
ción comportamentalista de la psiquiatría imperante en Estados Unidos”
(Lacombe, 2008).
consideración propuesto por el mismo (base empírica).
Es aquí cuando nos encontramos con el concepto de
trastornos mentales:
En este manual cada trastorno mental es conceptuali-
zado como un síndrome o un patrón comportamen-
tal o psicológico de significación clínica, que parece
asociado a un malestar (p. ej., dolor), a una discapaci-
dad (p. ej., deterioro en una o más áreas de funciona-
miento) o a un riesgo significativamente aumentado
de morir o de sufrir dolor, discapacidad o pérdida de
libertad. Además, este síndrome o patrón no debe ser
meramente una respuesta culturalmente aceptada a
una acontecimiento particular (p. ej., la muerte de un
ser querido). Cualquiera sea su causa, debe conside-
rarse como la manifestación individual de una disfun-
ción comportamental, psicológica o biológica. Ni el
comportamiento desviado (p. ej., político, religioso o
sexual) ni los conflictos entre el individuo y la sociedad
son trastornos mentales, a no ser que la desviación o el
conflicto sean síntomas de una disfunción (Psychiatric
Association, 1997).
En primera instancia, cabe reconocer que la con-
cepción naturalista de la psiquiatría clásica que consi-
deraba a la enfermedad mental como objeto de la psi-
quiatría se supera en el manual. La elección del término
“trastorno” (disorder) en lugar de “enfermedad” es más
descriptiva, menos explicativa, y sugiere la idea de desor-
den, lo que elimina la carga semántica organicista, ma-
terialista y naturalista del término enfermedad. Pero, a
pesar de este avance, la definición de trastorno mental
plantea el mismo problema de siempre: las limitaciones
de la semiología psiquiátrica (método) en relación al ob-
jeto de abordaje del fenómeno que se propone. En pala-
bras de De Campos & Gandra (2008, p. 45):
…usamos los manuales clasificatorios, demostrando su
insuficiencia para circunscribir un diagnóstico deter-
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minado. Así, cuando hacemos un diagnóstico usando
los conocimientos de psicopatología, los manuales son
innecesarios, y cuando el diagnóstico es difícil de reali-
zar, los manuales no ayudan.
La semiología psiquiátrica tiene su razón de ser
en la tradición médica. Habiéndose erigido el médico
alienista como el encargado de tutelar a los insanos,
enfermos e insensatos, este volcó su modus operandi, la
semiología médica, al estudio de los padecimientos de
estas personas. De esta manera, fue por un uso depura-
do de la semiología que los alienistas se convirtieron en
psiquiatras, y erigieron a la enfermedad mental como
objeto de la psiquiatría en sus orígenes.
En estas circunstancias, la semiología psiquiátrica
resultó operativa para la evaluación de los alienados; sin
embargo, resultaba pobre para la consideración de este
tipo de fenómenos. Una cosa es que los alienistas hu-
bieran utilizado la semiología como método de estudio,
y otra, muy diferente, que lo estudiado fuera un objeto
adecuado para la semiología
3
.
El problema principal radica en que el aborda-
je de los trastornos mentales por la semiología resulta
muy reducido, pues, el hecho de reducir el estudio de
3 Sigamos el siguiente ejemplo: un entrenador deportivo entrena depor-
tistas de diferentes disciplinas, futbolistas, tenistas, atletas, etc. Supon-
gamos que un tenista concurre a una dinámica de entrenamiento en
el que predominan futbolistas, razón por la cual, el entrenador sugiere
una dinámica de entrenamiento para fútbol. El hecho de que el tenista
se entrene con ejercicios más adecuados para el fútbol no implica ne-
cesariamente decir que nuestro tenista se vaya a convertir en un buen
futbolista al margen de que dicho entrenamiento le sirva para mejorar
su rendimiento tenístico. Que valga esta analogía para considerar que
el tenista que practica fútbol (alienista que utiliza métodos de la medi-
cina), seguramente mejorará su rendimiento (la semiología psiquiátrica
aporta), pero para mejorar su rendimiento tenístico tendrá que hacer
ejercicios específicos del tenis (para estudiar y entender la alienación, el
alienista debe sumar otros elementos que le permitan comprender mejor
la alienación).
los cuadros psiquiátricos exclusivamente a la semiología
psiquiátrica implica la amputación del sentido de los
signos y síntomas observados (en concordancia con la
propuesta empirista del DSM). Kernberg (2004) ilustra
este problema mediante el siguiente ejemplo:
Idealmente, la conducta antisocial debe definirse en
función de sus significados psicológicos, y no en tér-
minos conductuales o legales. Por ejemplo, “huir de
la casa durante la noche por lo menos dos veces mien-
tras se vive en el hogar de los padres o en un hogar
sustituto (o una vez sin regreso)” –uno de los criterios
de la personalidad antisocial en el DSM-III-R– es una
frase puramente descriptiva que no tiene en cuenta
si el niño huye de un hogar insoportable con padres
que lo someten a maltrato físico o de una familia bien
constituida. Asimismo, “nunca ha mantenido una
relación totalmente monógama por más de un año”
–otro criterio del DSM-III-R– se aplica a gran cantidad
de personas en el final de la adolescencia o el principio
de la adultez cuya conducta con el sexo opuesto pue-
de sufrir la influencia de una variedad de inhibiciones
neuróticas, pautas determinadas culturalmente y casi
cualquiera de los trastornos de la personalidad. La pro-
miscuidad sexual tiene diferentes significados según
sea el escenario social y la estructura de la personali-
dad en los que se manifiesta. Utilizar la promiscuidad
como criterio también en este caso lleva el foco a la
conducta, en lugar de mantenerlo aplicado a lo que la
causa (pp. 122-123).
Este problema no es otro que lo que el psicoa-
nálisis define como sentido del síntoma. El DSM excluye
el sentido del síntoma de su concepción de trastorno
mental. Su propuesta es la notación anónima de obser-
vaciones, y los síndromes observados llevan nombres
(nomenclador) que no dan cuenta sobre cómo es que
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tales trastornos se han ido gestando (sea por etiopato-
genia, por psicopatogénesis, por sociogénesis, etc.), ni
cuál es el sentido de los mismos al margen de resultar
disfuncionales
4
. Si el síntoma cumple con una función,
una lógica que le da sentido al trastorno mental en la
dinámica psicológica del paciente, esta cuestión no cae
bajo el dominio de la propuesta del DSM. Algo de esto
se desliza en la siguiente aclaración posterior a la referida
definición de trastorno mental:
Una concepción errónea muy frecuente es pensar que
la clasificación de los trastornos mentales clasifica a las
personas; lo que realmente hace es clasificar los trastor-
nos de las personas que los padecen (Psychiatric Asso-
ciation, 1997, p. XXI).
Esta concepción del trastorno mental presenta,
por ejemplo, la ventaja de no hablar de una persona
como “un esquizofrénico o una alcohólica” (American
Psychiatric Association, 1997); sin embargo, disocia al
síntoma de la psicología de la persona. En este acto,
“aquello que es padecido por la persona”, queda des-
ligado de los motivos psicológicos que sostienen dicho
síntoma o trastorno. La ventaja de que el DSM no hable
de personas consiste en no “contaminar” a priori a la
persona con adjetivos psicopatológicos; no obstante, el
precio que se paga es que no se habla de la persona ni
de lo que le sucede a esta con todo lo que esta situación
implica: la angustia y el sufrimiento, o la ausencia de
estos. Lamentablemente, hablar de trastornos mentales
y no de personas obliga a enfocar lo que se ve, no lo
que sucede. Por eso se habla de clínica de la mirada y
no clínica de la escucha. Esto último vale para el DSM,
pero remite a un viejo reclamo de los psicoanalistas a los
4 Tampoco se concibe lo que Freud denominó beneficio secundario del
síntoma. Es decir, qué función beneficiosa cumple el síntoma dentro de
su aparente disfuncionalidad.
psiquiatras y que encuentra su primera expresión en la
polémica entre la escuela de Cos y la escuela de Cnido
5
.
Crítica al DSM según nuestra perspectiva
Para los meros fines de clasificar trastornos, las
definiciones y metodologías operativas del DSM son re-
lativamente satisfactorias, pero su propuesta como guía
de tratamiento no resulta clara porque, entre otras cues-
tiones, no toma en cuenta la diferencia entre identificar
una entidad psicopatológica y entender dicha entidad en
su naturaleza psicopatológica. Al definir entidades psico-
patológicas diferenciables por medio de la semiología, el
DSM hace que su objeto de observación no pueda ser
asido en su complejidad; se trata de la utilización de un
método cuyas limitaciones son subestimadas cuando no
ignoradas. Este problema no existía cuando se pretendía
que el DSM fuera un nomenclador; apareció cuando se
apuntó a la empresa de erigirse en guía de tratamiento
sin plantearse las adecuaciones pertinentes. En este sen-
tido, la semiología psiquiátrica, que sirve para establecer
figuras psicopatológicas, dejó de servir a los fines del
tratamiento de dichos cuadros por resultar insuficiente.
El gran problema epistemológico del DSM –que abarca
a un enorme número de clasificaciones psiquiátricas–,
consiste en la inadecuación entre su objeto y su método,
5 “Cos y Cnido: esta rivalidad fue creciendo a través de los siglos, como
el ritmo de dos actitudes fundamentales del espíritu… Desde entonces
dos teorías se presentan para definir la causa de la enfermedad: o bien
la enfermedad es debida a una influencia exógena exterior extraña al
organismo que hay que descubrir y combatir: dado que esta medicina
también siempre estudia hechos aislados no relacionados con el conjun-
to, algunos autores la llamaron analítica. O bien la enfermedad no es
extraña al organismo, se relaciona con todo un encadenamiento de aso-
ciaciones relativas a la vida del paciente, unido al mecanismo intrínseco
de la vida: respecto a esta causa mórbida se oirá hablar de causa interna
u oculta o endógena y de medicina sintética a la que se relaciona, porque
está ligada al conjunto de las manifestaciones del cuerpo humano. Por
periodos estos dos planteos han ocupado el pensamiento según un ritmo
que encontramos en las alternancias Cos y Cnido hipocratismo y gale-
nismo, vitalismo y organicismo, medicina sintética y medicina analítica”.
(Ey, 2008).
Psicogente, 18 (33): pp. 117-128. Enero-Junio, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
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resultando un esperanto (Pujó, 2008), que, por artificial,
pierde su sentido: en la búsqueda de una objetividad sin
sesgos desaparece la consideración del sujeto. ¿Acaso un
trastorno mental empíricamente definido como “esqui-
zofrenia” puede ser erradicado de una persona que pare-
cería padecerlo? ¿Qué relaciones se establecen entre las
palabras (nomenclaturas) y las personas? Preguntas que
el DSM no aborda y que exigen seguir buscando clari-
dad en un terreno oscuro.
LOS SUPUESTOS BÁSICOS DEL DSM
SEGÚN STAGNARO
Análisis de algunas implicancias teóricas propuestas
por el modelo del DSM
Por todo lo antedicho, no hay dudas de que la
aparición del DSM fue conformando la propuesta de
un nuevo paradigma para la psiquiatría. Stagnaro (2007)
sostiene que esta perspectiva se apoya en tres supuestos
básicos articulados entre sí, que implican aspectos rela-
tivos a la clínica, historia y epistemología de la medici-
na. Se podrían caracterizar estos supuestos básicos del
siguiente modo:
1. El DSM propone una clasificación psiquiátrica
criteriológica basada en la descripción de signos
y síntomas (síndromes) desde una perspectiva a-
teórica –o sea no apoyada en ninguna teoría psi-
copatológica específica–, y multiaxial –esto quiere
decir que el diagnóstico completo resulta de la
combinación de varios ejes de observación–.
2. Este paradigma a-teórico y multiaxial serviría de
base para desarrollar un programa de investiga-
ción neurobiológica. Dicho programa consistiría
en establecer una relación biunívoca entre cada
trastorno psiquiátrico descripto y su correspondien-
te base fisiopatológica. Si esto pudiera ser llevado
a cabo, podría identificarse la fuente neurológica
de la alteración cerebral desde la semiología.
3. De la articulación de los supuestos 1 y 2, la correc-
ción de esos trastornos psiquiátricos se realizaría
por vía de un tratamiento farmacológico que mo-
dificaría cada alteración de la neurotrasmisión, en
combinación con psicoterapias cognitivo-compor-
tamentales que coadyuvarían en la generación de
un cambio conductual (Stagnaro, 2007, pp. 55-
56).
Stagnaro realiza las siguientes críticas a esta pro-
puesta: De acuerdo con el primer supuesto, el DSM no
sería a-teórico sino más bien multiteórico
6
; así, los autores
habrían partido de referencias teóricas no declaradas (lo
dicho sobre la “literatura científica”, fuente del DSM) y
esto habría impregnado el modelo (lo explicitado sobre
las faltas de precisiones de la zona teórica). En relación
con el segundo supuesto, en la década del cerebro, el
modelo de la neurotransmisión se tornó simplista; es
decir, los avances de la investigación neurobiológica
fueron complejizándose y dejando de lado los primeros
modelos sobre la neurotransmisión frente a la creciente
complejidad que podía diagramarse en este terreno. En
relación con el tercer y último supuesto, dado que se
trata de la resultante de la articulación de los supuestos
uno y dos, se descarta el rigor puesto sobre la conclusión
de este último; aunque todavía existen investigadores,
médicos y terapeutas que adhieren a estas teorías (Stag-
naro, 2007).
6 En su trabajo Catorce enfoques de la psicopatología (1994), Serban Ionescu
había anticipado esta posición exponiendo el enfoque psicopatológico
del DSM III en un apartado denominado “Psicopatología ateórica”. En
las conclusiones del capítulo refería Ionescu: “El ateoricismo del DSM ha
sido blanco de diferentes críticas. Entre ellas se encuentra su orientación
conductista, el hecho de que solo se interesa en los “síntomas de la super-
ficie”. Ciertos autores observan que el objeto de presentar una psicopa-
tología ateórica está lejos de haberse alcanzado en el DSM III. De hecho,
este se funda, según ellos, en numerosos postulados teóricos implícitos.
Otros autores llegan, por cierto, a interrogarse sobre la posibilidad de
que el ateoricismo tantas veces mencionado oculte la existencia de un
politeísmo real, profundamente arraigado en la estructura del DSM III”
(Serban, 1994).
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Luego de todo este análisis, Stagnaro concluye
que el gran problema del DSM consistió en confundir
un nomenclador con un referente clínico (Stagnaro,
2007, p. 58). Esto supuso el pasaje de una nosografía
descriptiva y sanitaria a una nosografía que clasificaba
cuadros para su tratamiento y que implicaba modelos
explicativos que sustentaran el proceder del clínico in-
terviniente, modelos estos que jamás fueron declarados
ni por el comité científico ni por los autores del DSM.
Análisis de los supuestos básicos de Stagnaro
A la luz de lo discutido en primer término sobre
las definiciones del DSM, y agregando lo expuesto por
Stagnaro, nos quedan aún algunas observaciones.
Siguiendo a Stagnaro en su crítica al primer su-
puesto, cabe decir que la semiología psiquiátrica del
DSM desemboca en una explicación neurobiológica de
los trastornos descriptos (nomenclaturas) que descono-
ce su propia referencia teórica. En el segundo supuesto
básico, que propone una relación de correspondencia
biunívoca entre las mencionadas descripciones (nomen-
claturas) y una base fisiopatológica, se evidencia la inter-
vención de un paradigma biológico, aunque no sabemos
de qué biología se trata. No solo se percibe una concep-
ción teórica evidente, sino que de hecho se trata de un
reduccionismo teórico: el funcionamiento y el sentido
del síntoma psiquiátrico es reducido a un trastorno que
debe ser corregido por fármacos y psicoterapia cognitiva
conductual. O sea, del a-teoricismo referido en el primer
supuesto, se sigue la explicitación del sentido epistemo-
lógico del paradigma en el segundo supuesto básico.
Este es delatado en las intenciones de un programa de
investigación neurobiológica. La concepción antropológica
del paciente se reduce a un hardware que es intervenido
en un nivel químico, y solo posteriormente se trabaja
sobre el software que termina incidiendo sobre el sentido
del trastorno.
El problema no consiste únicamente en que no se
define la referencia teórica de la psiquiatría (escuela ale-
mana, francesa, anglosajona o americana de psiquiatría,
o psicoanálisis –cuestiones muy importantes en la clasi-
ficación de los trastornos de la personalidad–, al mismo
tiempo que no precisa qué autores y representantes de
estas corrientes –de los que no debe suponerse homoge-
neidad de pensamiento pese a que correspondan a una
filiación similar)–; tampoco se tiene en cuenta la con-
cepción antropológica de la persona que se asiste –tal
como aclaran Bernard, Brisset y Ey (1996) en su Tratado
de psiquiatría
7
–, dando por sentado que la psiquiatría es
eminentemente farmacoterapia.
Lo llamativo de todo esto es que anteriormente
nos preguntábamos por el sentido del síntoma. Pues
bien, la respuesta es evidente: ¿Qué importa conocer qué
sentido tenga el síntoma si en definitiva debe ser corregi-
do sin más preguntas? Por otra parte, resulta degradante
la función que se le da a la psicoterapia cognitivo con-
ductual según lo referido por Stagnaro: debe completar
la tarea iniciada por el fármaco. Cabe preguntarse: ¿En
qué radica la capacidad profesional del terapeuta si su
tarea es completar la acción específica del psicofármaco?
CONCLUSIONES
Los problemas que acarrea la concepción psiquiá-
trica del DSM resultan preocupantes:
Se parte de una concepción de realidad precon-
cebida como saludable, que sería el modelo para la co-
rrección de su contrapartida: los trastornos presentados
7 Estos autores le dedican un apartado específico al desarrollo de las di-
ferentes concepciones antropológicas en las diversas teorías de la psi-
quiatría: Teorías órgano-mecanicistas, teorías dinámicas del inconsciente
patógeno, teorías sociopsicogenéticas o teorías organogénico-dinamistas
(Bernard, Brisset, Ey, 1996).
Psicogente, 18 (33): pp. 117-128. Enero-Junio, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
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en el manual DSM. En este sentido, lo positivo son los
trastornos psiquiátricos (es lo que hay, lo que se eviden-
cia en el paciente), y lo negativo su curación (que desa-
parezca el trastorno). O sea, partiendo de una realidad
observable –un trastorno mental–, se busca la desapari-
ción del mismo; así, la idea consiste en que el estado de
salud se logra en la medida en que algo que se ve, deje
de verse. Pero, el hecho de que un trastorno mental no
pueda observarse, no significa que no exista. Estos son
los límites de la clínica de la mirada.
Se puede entender que las nosografías psiquiátri-
cas en épocas de Pinel y Kraepelin hubieran pretendido
describir la realidad; no obstante, la psiquiatría, el psi-
coanálisis y la salud mental han avanzado lo suficiente
como para reconocer que las nosografías más que descri-
bir la realidad la categorizan (Braunstein, 2013).
Los comentarios de Stagnaro sobre el rol de la
zona teórica (del a-teoricismo al multi-teoricismo), nos
hablan de un planteo dualista, cuerpo/mente, en el que
el paciente es concebido como una máquina que debe
ser reparada: corrección de los circuitos neuronales (in-
tervención en el hardware) y su conclusión con la modi-
ficación conductual (intervención en el softwarte). No
en vano muchos tratamientos psicológicos se denomi-
nan “programas”.
Sobre lo que Stagnaro considera el gran problema
del DSM: “confundir un nomenclador con un referente
clínico”, el problema capital radica en la confusión de los
órdenes descriptivos con los explicativos. Por otra parte,
se abusa de las explicaciones de tipo causales (causa y
efecto) y no se advierte que en las Ciencias Sociales in-
tervienen otro tipo de explicaciones (principio de razón
suficiente): la interpretación también es una modalidad
metodológica explicativa. El deslizamiento de sentido
podría ubicarse en el segundo y tercer supuesto básico.
Mientras que el primer supuesto básico se queda en un
nivel descriptivo, los siguientes supuestos básicos pegan
un salto epistemológico, asumiendo un sentido teórico
no reconocido (paradigma biológico). En últimas, el pro-
blema consiste en confundir las explicaciones neurobio-
lógicas con la realidad misma, pues, la realidad es abor-
dada desde perspectivas que no la agotan. Al ignorarse
los límites de la perspectiva en cuestión y los alcances
de su discurso, se pierden las dimensiones del problema
tratado. Si se parte de un discurso que pretende ser el
espejo de la naturaleza, se nos presenta un serio problema:
al darle un valor de verdad tan pretencioso se nubla la
visión sobre los horizontes que lo delimitan.
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