Psicogente, 18 (33): pp. 129-140. Enero-Junio, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
http://publicaciones.unisimonbolivar.edu.co/rdigital/psicogente/index.php/psicogente
* Proyecto “Desarmando Conflictos”, financiado por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
1 Psicólogo. Investigador del Grupo de Estudios Socioculturales del Conflicto, línea de investigación dentro del Núcleo Regional de Estudios Sociocultura-
les, perteneciente a la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (GESC-NuRES-UNCPBA). Investigador del Grupo de Investiga-
ción en Psicología Social, Cultural y Política (GIPSCyP-UBA). Email: luciano_angeli@live.com.ar
Resumen
El presente trabajo constituye un artículo de reflexión, en torno a conflictos vecinales presenta-
dos a una Oficina Municipal de Relaciones Vecinales y Defensa del Consumidor en Buenos Aires
(Argentina). Se intenta reflexionar sobre algunos patrones de interacción vinculados al género,
que aparecen en tales situaciones. En el proceso de mediación comunitaria, que es el dispositivo
elegido por la Oficina Municipal para abordar estas situaciones, se utilizan diarios de campo y
entrevistas domiciliarias. Se analizan dos disputas vecinales entre un hombre y una mujer, en las
cuales se ponen de manifiesto posibles expectativas mutuas de comportamiento, relacionadas con
una atribución de vulnerabilidad hacia la mujer, así como la consiguiente pérdida de la posición
de interlocutora válida al momento del diálogo para abordar el conflicto en el que participan.
Abstract
This paper focuses on some interaction patterns related to gender in Neighborhood Dispute
Cases, submitted to a Local Neighborhood Consumer Protection Office. Community mediation
using field research logs and home interviews were the schemes relied on by the Local Office to
handle these situations. To deal with the conflict situation, a dispute between a man and a wom-
an is discussed in which mutual behavioral expectations as they related to women vulnerability
and consequent loss of the mediating position during the dialogue are analyzed.
Palabras clave:
Conflictos vecinales, Género,
Patrones de interacción;
Mediación comunitaria,
Conflictos en la comunidad.
Key words:
Neighborhood conflict, Gender,
Interaction patterns,
Community mediation,
Conflicts on the community.
Referencia de este artículo (APA):
Angeli, L. (2015). Reflexiones en torno a dos situaciones de conflicto vecinal y sus implicancias en patrones de interacción vinculados al
género. Psicogente, 18(33), 129-140. http://doi.org/
10.17081/psico.18.33.61
REFLEXIONES EN TORNO A DOS SITUACIONES DE CONFLICTO
VECINAL Y SUS IMPLICANCIAS EN PATRONES DE
INTERACCIÓN VINCULADOS AL GÉNERO*
REFLECTION ON TWO NEIGHBORHOOD CONFLICT SITUATIONS,
AND ITS INTERACTION PATTERNS AND IMPLICATIONS
RELATED TO GENDER
Recibido: 25 de febrero de 2014/Aceptado: 7 de noviembre de 2014
http://doi.org/10.17081/psico.18.33.61
LUCIANO ANGELI
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Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires - Argentina
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INTRODUCCIÓN
El presente trabajo constituye un artículo de re-
flexión en torno a algunas situaciones referidas a con-
flictos vecinales. En el marco de un convenio de articu-
lación entre la municipalidad de una ciudad interme-
dia de la Provincia de Buenos Aires, y la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro
de la Provincia de Buenos Aires, se realizan tareas de
investigación e intervención en conflictos vecinales que
son presentados a la Oficina Municipal de Relaciones
Vecinales y Defensa del Consumidor. El equipo inter-
disciplinario que aborda las situaciones presentadas está
compuesto por una trabajadora social, una abogada me-
diadora, un antropólogo y un psicólogo.
El dispositivo elegido para abordar las situaciones
de conflicto vecinal que se presentan a la Oficina tiene
que ver con la mediación comunitaria. Tal dispositivo
comporta cierta metodología que se analizará más ade-
lante y, en ese marco, se inserta el proceso de investiga-
ción e intervención. Las metodologías utilizadas para tal
fin se relacionan con algunas propuestas de la Psicología
Social Comunitaria. Por todo ello, en este trabajo, se
intentará, primero, una aproximación a la mediación
comunitaria y algunas de sus implicancias en la comu-
nidad y los conflictos que se analizan. Luego se estudia-
rán algunas metodologías propuestas por la Psicología
Social Comunitaria que suelen ser útiles en el tema que
se aborda, con la finalidad de mostrar las articulaciones
entre ambas metodologías.
En tercera instancia, se analizarán las interaccio-
nes que surgen entre las personas que participan de los
conflictos analizados. Para esto último, se utilizará el
concepto de patrones de interacción propuesto por Soto-
longo Codina y Delgado Díaz (2006a), sobre todo en lo
que concierne al género como categoría analítica. Por
último se describirán y analizarán algunas frases que las
personas participantes en los conflictos enuncian, y las
posibles vinculaciones con prejuicios (Allport, 1977a).
Cabe mencionar, ante todo, que en una investiga-
ción anterior, Matta (2012) analizó los conflictos presen-
tados en la Oficina de Defensa del Consumidor. Luego
profundizó en las dimensiones morales, y también en
los intercambios y las reciprocidades presentes en las in-
teracciones (Matta, 2013). Desde el Grupo de Estudios
Socioculturales del Conflicto (GESC), perteneciente
a la Universidad Nacional del Centro de la Provincia
de Buenos Aires, se intenta profundizar esa línea de
trabajo.
Algunos aportes teóricos
Tal como lo señala Galtung (2003), el conflicto
tiene una faceta manifiesta, referida a la conducta, y una
faceta latente, referida a las actitudes y a las contradic-
ciones. Cuando en un sistema de persecución de obje-
tivos hay estados de objetivos incompatibles, se produce
una contradicción. Tal contradicción, en conjunción
con las actitudes y presunciones, constituye el aspecto
latente del conflicto, que se manifiesta conductualmen-
te. Como también señala Galtung, el conflicto tiene una
construcción triádica.
En el universo de conflictos sobre los cuales ope-
ra la mediación comunitaria como dispositivo, para los
fines del presente trabajo, nos interesa lo que Nató, Que-
rejazu y Carbajal (2006) llaman conflictos en la comunidad.
Estos son entendidos como los que “emergen en una
comunidad determinada, caracterizados por la cualidad
y la intensidad de los vínculos interpersonales en el mar-
co de relaciones marcadas por la interdependencia recí-
proca de quienes participan en ellas” (Nató, Querejazu,
Carbajal, 2006, pp. 85-86).
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Por otra parte, las situaciones conflictivas analiza-
das tienen otra particularidad respecto al carácter públi-
co que adoptan. Son relaciones de conflicto que asumen
formas de disputas, y demandan un tratamiento público
de justicia en un ámbito estatal de administración de
conflictos (Matta, 2012). Es decir, las disputas consti-
tuyen la forma concreta, situada y socioculturalmente
elaborada, mediante la cual los conflictos se hacen pú-
blicos. Por lo tanto, interesan los aspectos manifiestos
de la disputa, en términos de acciones comportamen-
tales concretas, y algunos elementos latentes como las
presunciones, dada su articulación con procesos socio-
culturales. Los vínculos interpersonales entre las perso-
nas que participan de las disputas están marcados por la
reciprocidad entre ellas (Matta, 2012) y por el hecho de
ser parte de una comunidad determinada, aspectos indi-
sociables de las situaciones conflictivas. En este sentido,
Montero (2005) plantea que el concepto de comunidad
implica procesos de integración entre vecinos y vecinas,
el sentimiento de existencia de un nosotros, relaciones
sociales estrechas que suponen solidaridad y ayuda, y la
creación de un espacio de pertenencia. En las situacio-
nes de conflicto, tales dimensiones imprimen matices
en los enunciados vinculados a la pertenencia y la in-
tegración, cuestiones que inciden en el desarrollo de la
disputa por la historia de la relación, y la inserción de
ambas partes en la comunidad.
Como expresa Lapalma (2001), al analizar los
componentes del escenario de la intervención comunita-
ria, el medioambiente aparece como un espacio social y
territorial conflictivo, dado que es un espacio histórico,
político, socioeconómico y cultural, caracterizado por la
existencia en él de actores sociales. En otras palabras,
es un espacio donde se ejercitan posiciones de poder,
entendido este como “una relación: no se puede desa-
rrollar más que a partir del intercambio de los actores
comprometidos en una determinada relación, pues en
la medida en que toda relación entre dos partes supone
intercambio y adaptación entre ambas, el poder está in-
separablemente ligado a la negociación: es una relación
de intercambio, por lo tanto, de negociación” (Crozier,
Friedberg, 1990, p. 56). Desde un punto de vista más
cercano a la Psicología Social Comunitaria, Serrano-
García y López-Sánchez, (1990, p. 356) proponen que:
“la relación de poder, se caracteriza por la existencia de
dos agentes, ubicados históricamente en una base ma-
terial asimétrica, que están en conflicto por un recurso
que uno controla y al otro interesa”.
En este marco, aparecen los patrones de interac-
ción vinculados al género, que indiscutiblemente surgen
en situaciones de disputas en las comunidades: “Los pa-
trones de interacción social son modos colectivos carac-
terísticos de comportamiento o conducta social conjun-
ta que emergen a partir del obrar de múltiples acciona-
res individuales y sin que los individuos mismos que los
ponen en juego se hayan puesto consciente y explícita-
mente (pero sí tácita e implícitamente) de acuerdo para
dejar constituido semejante curso general de su obrar”
(Sotolongo Codina, Delgado Díaz, 2006a, pp. 117-118).
Esto implica el involucramiento de personas concretas,
la plasmación a través de prácticas de un contenido pro-
pio, ciertos lugares específicos donde los patrones de in-
teracción se desenvuelven, y ciertos momentos particula-
res. Pero también involucra fines concretos y específicos,
así como particulares circunstancias de desenvolvimien-
to, y ciertos modos o maneras de plasmarse. Asimismo,
los patrones de interacción social comprenden tramas
de expectativas mutuas entre las personas participantes,
expectativas relacionadas con el comportamiento colec-
tivo familiar, educacional, laboral, de género, entre otros.
Justamente, este último es el eje sobre el cual discurrirá el
análisis de las situaciones de disputa vecinal que siguen
a continuación.
132
Dada la indexicalidad de los patrones de interac-
ción social (Sotolongo Codina y Delgado Díaz, 2006a),
se puede pensar la especificidad de los mismos según
la comunidad particular de la cual se trate. Los aportes
para pensar la comunidad provienen en buena parte de
la Psicología Social Comunitaria, la cual es entendida
como el “área de la psicología cuyo objeto es el estudio
de los factores psicosociales que permiten desarrollar, fo-
mentar y mantener el control y poder que los individuos
pueden ejercer sobre su ambiente individual y social,
para solucionar problemas que los afectan y lograr cam-
bios en estos ambientes y en la estructura social” (Mon-
tero, 1982, p. 16). “La psicología social comunitaria se
da en un mundo relacional. Su objetivo versa sobre for-
mas específicas de relación entre las personas unidas por
lazos de identidad construidos en relaciones histórica-
mente establecidas, que a su vez construyen y delimitan
un campo: la comunidad” (Montero, 2000, p. 79).
Ahora bien, la categoría género surgió en la dé-
cada de los 70 del pasado siglo, concretamente, en el
ámbito académico-político por parte de las académicas
feministas de habla inglesa, y el concepto alude a la dis-
tinción con el sexo biológico, ya que en él se pone de
manifiesto la construcción sociocultural del género (De
Barbieri, 1993; Butler, 2007; Conway, Bourque & Scott,
1987; Pineda, 2010); y dicha manifestación supone po-
ner en evidencia un conjunto de actitudes que ponen a
la mujer en un estatus inferior al hombre, en un estado
de opresión (Zubieta, Beramendi, Sosa & Torres, 2011;
Rubin, 1986). Al respecto, Marta Lamas (1986, p. 178)
propone “que la diferencia biológica, cualquiera que
esta sea […] se interprete culturalmente como una dife-
rencia sustantiva que marcará el destino de las personas,
con una moral diferenciada para unos y para otras, es el
problema político que subyace a toda la discusión aca-
démica sobre las diferencias entre hombres y mujeres”.
En esta medida, “considerar que las diferencias
entre hombres y mujeres no se refieren estrictamente al
sexo sino al género implica afirmar que el problema no
radica en sus especificidades anato-biológicas sino en las
desigualaciones que las sociedades han tramitado con
las mismas. Hablar de diferencias de género alude a los
dispositivos de poder por los cuales (en cada sociedad)
las diferencias biológicas han justificado desigualdades
sociales”. Es decir, “subordinación política, económica,
cultural, emocional-subjetiva y erótica del género feme-
nino en relación con el masculino. Es, por tanto, una
noción que pone el centro de la cuestión del poder de
un género sobre otro” (Fernández, 2009, pp. 45-46).
Este postulado constituye la concepción de género que
sigue el presente trabajo, y pone de manifiesto aquellas
desigualaciones sociales y de poder entre los géneros,
cuestiones que se visualizan en los conflictos vecinales, a
través de los patrones de interacción entre las personas
participantes del mismo.
Más en específico, el concepto de sistema de sexo/
género resulta útil a los fines del presente trabajo: “con-
junto de disposiciones por el que una sociedad trans-
forma la sexualidad biológica en productos de la activi-
dad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades
humanas transformadas” (Rubin, 1986, p. 97). “Es una
organización social de carácter simbólico que consta de
dos categorías complementarias y excluyentes: hombre-
mujer” (García Hernández, 2007, p. 99). Desde esta
perspectiva, las actividades humanas, en tanto produc-
tos simbólicos, aluden a interacciones y expectativas de
comportamiento entre hombres y mujeres, que suelen
aparecer en situaciones de conflicto vecinal, como en
cualquier otra circunstancia interaccional de la vida
cotidiana. Judith Butler (2007, p. 59) lo anticipaba de
alguna forma cuando afirmaba: “algunas teóricas femi-
nistas aducen que el género es una relación, o incluso
un conjunto de relaciones, y no un atributo individual”.
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Lo planteado por estas autoras se relaciona con
lo que sostienen Sotolongo y Delgado Díaz, en cuanto a
las asimetrías sociales generadoras de complejidad social, que
remiten a cuatro tipos de circunstancias: las articuladas
con el ámbito social del poder; las articuladas con el ám-
bito social del deseo; las vinculadas al ámbito social del
saber; y las que remiten al ámbito social del discurso.
En cuanto al poder, tales asimetrías generan posiciones
empoderantes o desempoderantes.
Del análisis de la estructura de las presunciones,
de sus contenidos y de sus vinculaciones con procesos
socioculturales y cognitivos, pueden surgir situaciones
conflictivas en la medida en que tales presunciones se
vinculen a determinados matices emocionales y a ela-
boraciones cognitivas con anclaje en elementos proba-
torios que se interpretan de una manera singular. En
este sentido, el concepto de prejuicio se relaciona con el
de presunción, si están dadas determinadas condiciones
que se analizarán con más detalle a partir del párrafo
siguiente. Y el hecho de que los juicios se conviertan en
prejuicios complejiza el análisis de la conflictividad.
Siguiendo a Allport (1977a), se puede entender
el prejuicio como un juicio que se basa en decisiones y
experiencias previas, formado antes del debido examen
y consideración de los hechos, con un matiz emocional
que alude a un estado de ánimo favorable o desfavora-
ble. Baron y Byrne (2005, p. 217) lo definen como “una
actitud (usualmente negativa) hacia los miembros de al-
gún grupo, que se basa exclusivamente en la pertenencia
a dicho grupo”. Así, para que se configure el prejuicio,
“tiene que haber una actitud favorable o desfavorable; y
debe estar vinculada a una creencia excesivamente gene-
ralizada” (Allport, 1977a, p. 27).
De todas formas, precisa Allport (1977a, p. 23),
“no toda generalización excesiva es un prejuicio. Algu-
nas son simplemente concepciones erróneas, en las que or-
ganizamos una información inadecuada”. Por lo tanto,
cabe la distinción entre pre-juicio y prejuicio: el primero
puede ser rectificado y discutido sin “resistencia emocio-
nal”. “Si una persona es capaz de rectificar sus juicios
erróneos a la luz de nuevos datos, no alienta prejuicios.
Los pre-juicios se hacen prejuicios solamente cuando no son
reversibles bajo la acción de conocimientos nuevos” (Allport,
1977a, p. 24).
Se puede especificar un proceso cognitivo me-
diante el cual se formarían los prejuicios. En un primer
momento, de acuerdo con determinados factores, se
seleccionan datos del ambiente para apoyar los enun-
ciados; en una segunda instancia, se da un proceso de
acentuación de esos datos, mediante el cual se resaltan
los aspectos para demostrar “solidez”; finalmente, se in-
terpretan los datos y se los generaliza formando el juicio.
“Yo he seleccionado mis datos, […] también he acentuado
estos signos, […] finalmente, he interpretado los datos,
generalizándolos en un juicio” (Allport, 1977b, p. 188).
De alguna forma, resta contemplar los factores so-
cioculturales e interaccionales que influyen en la presen-
cia de los prejuicios en una comunidad. Allport (1977c)
menciona diez condiciones socioculturales que parecen
contribuir a ello. En este sentido, del análisis de los fac-
tores contextuales y psicosociales, se puede desprender
cierta comprensión del fenómeno de los prejuicios. En
cuanto a los interaccionales, el concepto de patrón de
interacción puede ser de utilidad, dado que “las nuevas
perspectivas epistemológicas coinciden en tomar como
punto de partida la interacción” (Najmanovich, 2005,
p. 64). El sujeto produce el objeto de conocimiento y a
su vez es producido por las interacciones con tal objeto,
que por lo general, son otros sujetos. En otras palabras,
“todo conocimiento es una configuración actual del
mundo producida en la red de interacciones e intercam-
bios” (Najmanovich, 2008, p. 134).
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PRECISIONES METODOLÓGICAS
Como se ha dicho, la mediación comunitaria es
el dispositivo elegido por la Oficina Municipal para el
abordaje de las situaciones que se presentan; por tal mo-
tivo, exige una consideración metodológica aparte. Las
reflexiones que intenta desarrollar el presente trabajo
surgen del análisis de situaciones de conflicto vecinal
con metodologías propias de la Psicología. Como estas
últimas se insertan en el dispositivo de la mediación
comunitaria, cabe decir que esta tiene distintas fases
(Gómez Olivera, 2005; Nató, Rodríguez Querejazu &
Carbajal, 2006; Rodríguez Fernández, 2008). La prime-
ra es una fase de premediación, en la que se analiza y se
evalúa la situación y la pertinencia del dispositivo, según
el caso. En la fase siguiente, llamada narrativa, las per-
sonas participantes de los conflictos cuentan la forma
en que entienden las situaciones, y sus percepciones y
sensaciones al respecto. Dado que es una de las partes
la que presenta la situación a la Oficina Municipal (se la
llama requirente), por lo general se la entrevista primero;
la otra parte es entrevistada después (se la conoce como
requerida). Nató, Rodríguez Querejazu y Carbajal (2006)
proponen que se efectúe la entrevista social en esta pri-
mera etapa.
También en esta etapa se utilizan predominante-
mente diarios de campo (Frizzo, 2008; Montero, 2006b)
y entrevistas domiciliarias (Bones Rocha, Gonçalves Boec-
kel, Calesso Moreira, 2008; Montero, 2006a). Los dia-
rios de campo constituyen descripciones, reflexiones y
resonancias personales, organizadas en función de un
problema de investigación vinculado con la relación
de conflicto. Su contenido suelen ser observaciones
de campo, interpretaciones sobre lo que sucede, y una
descripción de cómo el investigador o la investigadora
construye determinadas ideas. Por su parte, las entrevis-
tas domiciliarias son participativas, en tanto intentan co-
nocer las ideas y opiniones de un grupo específico de la
comunidad, acerca de un tema en común, en función de
algunas preguntas formuladas por la investigadora o el
investigador, según la información recabada en la etapa
de pre-mediación o entrada. Es importante señalar que
los roles de mediadores o mediadoras no son desarro-
llados por los investigadores, sino que constituyen roles
diferenciados y personas diferentes.
De acuerdo con lo propuesto por Nató, Rodrí-
guez Querejazu y Carbajal (2006), en este primer acer-
camiento diagnóstico, es fundamental conocer las pro-
blemáticas y necesidades de las personas, presentar el rol
del mediador o la mediadora, y realizar un trabajo de
concientización y contención. Ya en la fase de media-
ción propiamente dicha, se hace una introducción-aper-
tura, la presentación del problema y una reformulación
del conflicto, aunque el presente trabajo no se centra
en esta etapa. En esta última etapa, la problematización
constituye un eje relevante para el trabajo. Mediante
la problematización (Freire, 1970; Montero, 2006a), se
intenta que las personas revisen acciones u opiniones
sobre hechos de la vida, que consideran habituales pro-
ducto de un proceso de naturalización. En el marco de
conflictos vecinales, esta metodología es utilizada para
problematizar posicionamientos de las personas partici-
pantes, sus enunciados e interacciones, con la finalidad
de transformar situaciones que deterioran las relaciones
comunitarias y obstaculizan procesos de transformación
colectiva.
Finalmente, es clave decir que, en ámbitos comu-
nitarios, se utilizan las llamadas metodologías cualitativas
(Montero, 2006a) dadas las particularidades del trabajo
con conflictos vecinales, y las relaciones que se pueden
establecer entre lo que se entiende como intervención psi-
cosocial (Castellá Sarriera, 2004; Berger Faraco, Jaeger de
Sousa, 2008), y mediación comunitaria (Nató, Rodriguez
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Querejazu, Carbajal, 2006; Gómez Olivera, 2005; Ro-
dríguez Fernández, 2008).
DOS SITUACIONES DE CONFLICTO VECINAL
La primera situación que se describirá consiste en
una disputa entre una mujer de 70 años y un hombre
de 50. Quien presenta la situación al Centro Municipal
es el hombre. Concretamente, refiere la presencia de un
árbol ubicado cerca de la medianera que separa ambas
casas, y libera hojas y frutos por la acción del viento,
que caen en el patio del hombre y su familia. En la fase
narrativa, se entrevistó al hombre en su domicilio. En
diversas oportunidades, este expresa que la vecina “está
medio loca”, con metáforas variadas, e incluso intenta
que sus palabras provoquen humor. Se dirige casi exclu-
sivamente a la abogada mediadora, a quien llamó “Doc-
tora” al inicio del encuentro. Cuenta que hace dos años
vive allí, y desde hacía ocho meses le estaba reclamando
a su vecina la poda del árbol. “Dentro de mi pobreza,
quiero construirme un hogar digno de un trabajador”,
puntualizó. Nos invitó a recorrer su vivienda, la muestra,
y realiza enunciados como: “es pobre pero de a poco va-
mos”; “es lo que pudimos comprar”.
Cuando se realiza la entrevista privada con la
mujer, la abogada mediadora procede a explicar los mo-
tivos de la visita, y presenta a las dos personas que la
acompañan. Instantáneamente, la mujer se levanta, su
tono de voz se torna más fuerte, comienza a temblar,
y comenta: “Ah, ustedes vienen por el árbol, vengan a
verlo, vengan”. Su hijo, que estaba allí en el domicilio
junto a ella, le dice: “Calmate, déjame hablar a mí, si no
estas personas van a pensar que te enojás enseguida”. La
mujer comenta que su vecino ha realizado cambios en
la losa y la medianera sin avisarle, y que ella tiene una
enfermedad, cuyos cambios en la humedad, el polvillo y
el ambiente en general, pueden causarle daño. Alude a
las dificultades para hablar con el hombre, motivo por
el cual, ha dejado que lo haga el hijo. Refieren ambos
que el vecino se maneja distinto cuando habla con una
mujer que cuando lo hace con un hombre; A estos últi-
mos presenta un “mejor trato”. En diversos momentos,
el hijo le señala a la mujer que debía ceder, que flexibi-
lizara su postura y podara el árbol. La mujer concluye la
entrevista y dice que podará el árbol en junio, cuando es
la época de poda, para no causarle daños. Dice que esto
ya había sido comunicado al hombre.
En la segunda entrevista privada con el hombre,
con un tono de voz más fuerte, este comenta que no se
va a bancar humillaciones de nadie, y “menos de esta
vieja… Por eso, hace tiempo ya, que hablo solamente con
el hijo” (cabe destacar que la mujer también tiene una
hija que ha intentado acercamientos telefónicos y per-
sonales hacia el vecino; el hijo se refiere a esta situación
con la hermana, y comenta que “a las mujeres no las es-
cucha este tipo”); alude a que él trata bien a las personas
y exige reciprocidad en el trato. “Me he dirigido bien
a esta señora porque es vieja y está enferma, pero todo
tiene un límite”; “yo respeto a las mujeres porque salí
de una mujer”. No obstante, la mujer también aludió a
humillaciones producidas por el vecino. Cabe destacar
el cambio en la tonalidad de la voz, en el exacerbamiento
de los movimientos corporales, y la intensidad de los
enunciados referidos a quejas hacia la vecina, a diferen-
cia de la primera entrevista mantenida.
La segunda situación analizada tiene como “re-
quirente” a una mujer de 60 años, quien alude a la hu-
medad de sus paredes debido a un lavadero de autos
vecino que no “escurre bien el agua que usa”. En diver-
sas oportunidades, se refirió a la muerte de su esposo
con frases como: “viste que yo estoy sola”; “cuando mi
marido vivía, iba él a hablar con el hombre, a él lo escu-
chaban”; “hay cosas que están mal también de su modo
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de vida, pero qué vas a hacer, ya son así, con que no me
mojen la pared me conformo”.
Cuando se intentó realizar la entrevista domicilia-
ria al hombre “requerido” (dueño del lavadero), él no se
encontraba en el lugar. Sin embargo, se dialogó con dos
empleados que se encontraban presentes, y un tercero
que estaba cebándoles mates (esto se hace en un reci-
piente que contiene yerba, agua caliente y una bombilla,
mediante la cual se toma el contenido; suele ser com-
partido entre personas). Mientras el supuesto “encarga-
do” escucha a la abogada mediadora y los motivos de su
visita, no la mira a los ojos e incluso manifiesta modos
de expresión (cuya habitualidad se desconoce) que impli-
can el contacto físico con el hombre que cebaba mates
(particularmente, le pegó una cachetada a modo de chis-
te, esto último deducido de la sonrisa de quien realizaba
tal acción). En determinado momento, el “encargado”
interrumpe a la abogada y grita: “hay que ponerle una
bomba… de agua”; “¿qué te pasa, Mabel?” (dijo, mientras
dirigía su voz hacia la casa de la vecina).
ANÁLISIS Y REFLEXIONES FINALES
Al detenernos en la primera descripción, se ob-
servan diversas alusiones a situaciones de vulnerabilidad
de la mujer, que es tipificada por el vecino como “loca”
y “enferma”, y por ella misma cuando alude a su enfer-
medad y los daños que le ocasionan algunos cambios
bruscos en el ambiente de la vivienda. El significado
atribuido por el hombre a dicha vulnerabilidad parece
estar relacionado con estrategias de desacreditación de su
vecina, quien, por otra parte, podría estar atribuyendo
significados que se relacionan con la comprensión de
su situación, los cuidados que requiere, y cómo estarían
siendo afectados. La interacción resultante implicaría
que lo que para una parte del conflicto requiere com-
prensión al momento de proponer modificaciones en
las viviendas, para la otra, es un motivo de inhabilita-
ción para construir acuerdos posibles.
De este modo, para la vecina, el hombre “tiene
mejor trato” con los hombres, y no con las mujeres.
Dada aquella presunción de la mujer, ha sido su hijo
quien ha dialogado en diversas oportunidades con el
vecino, siendo esto refrendado por el discurso del hom-
bre. Además, en determinado momento, el vecino refie-
re que se ha dirigido “bien” a la “señora”, porque “está
vieja y enferma”.
En la segunda descripción, la mujer que presenta
la situación al Centro plantea en diversas ocasiones que
a su marido lo escuchaban cuando él se dirigía al lavade-
ro, a plantear el descontento generado por la presencia
de humedad en las paredes. Las interacciones resultan-
tes de tales atribuciones de significado sugieren que, en
ambas situaciones, las mujeres están inhabilitadas para
ser interlocutoras válidas al momento de dialogar respecto
al conflicto. En ambos casos, han pedido ayuda a otras
personas (en el primer caso al hijo, en el segundo, al per-
sonal del Centro). La participación se ve comprometida
y amenguada por estas situaciones de interacción.
En la segunda situación descrita surge, por otro
lado, un componente particular en la relación de con-
flicto, a partir de la fase narrativa. Cuando se le comenta
los motivos de la visita del personal del Centro al traba-
jador del lavadero, este interrumpe a la abogada y enun-
cia un chiste: “hay que ponerle una bomba… de agua…
¿Qué te pasa Mabel?”. El chiste disfraza la sensación de
molestia que genera la vecina en este trabajador del la-
vadero, e incluso el deseo de que la mujer desaparezca.
En la segunda parte del enunciado, el hombre se dirige
directamente hacia la mujer, con un tono de voz fuerte,
como si lo estuviera escuchando, y él pudiera concretar
tal posibilidad.
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Estas dos situaciones analizadas son representati-
vas de otras con las que se trabaja en el Centro. La atribu-
ción de vulnerabilidad hacia la mujer en la interacción,
y la imposibilidad de convertirse en interlocutora válida
para el diálogo, aparecen con cierta frecuencia, cuestión
que lleva a pensar en un posible patrón de interacción.
Estas características interaccionales de las situaciones de
conflicto se presentan particularmente cuando los parti-
cipantes de la misma son un hombre y una mujer, entre
40 y 70 años de edad. Parecería ser, así, un patrón de
interacción social de género, que se manifiesta en con-
flictos vecinales. Las expectativas mutuas implican que
la mujer debería ceder en la situación de conflicto, o
no debería quejarse frente a una situación que le genera
malestar. Como en ambos casos las mujeres participan-
tes no ceden ni cesan en la queja (aunque recurran a
otras personas), se genera un mecanismo de atribución
de vulnerabilidad que lleva a perder la posición de inter-
locutora válida en la situación de conflicto.
Las expectativas mutuas equivalen a seguir una re-
gla (Sotolongo Codina, Delgado Díaz, 2006a), según la
cual las mujeres no pueden quejarse y deben ceder frente
a situaciones de conflicto en la comunidad. De acuerdo
con Sotolongo y Delgado Díaz (2006b), esta situación
comporta ciertas desigualdades sociales que favorecen a
algunos (empoderantes) y desfavorecen a otros (desem-
poderantes). Los autores antes mencionados sostienen
que existen asimetrías generadoras de complejidad so-
cial, y una de ellas está vinculada con el poder. Como se
puede observar, la disputa inicial por la presencia del ár-
bol en la medianera se complejiza con elementos que no
tienen necesaria relación con la situación de conflicto,
sino que aluden a construcciones interaccionales y ex-
pectativas mutuas de comportamiento. “El poder enton-
ces, no es asunto de quien acapara y domina un recurso,
sino también de quien siente la desigualdad. Si no se
percibe y se siente la desigualdad, no hay relación de
poder” (Montero, 2012, p. 51). En la primera situación
descrita, la necesidad de reconocimiento como interlo-
cutora válida en la relación de conflicto, por parte de
la mujer, constituiría el recurso que es acaparado por el
hombre, y requerido por la vecina. “Las partes no están
solo preocupadas con la ganancia o con sus intereses ma-
teriales, ni tampoco solo con sus derechos individuales,
sino también con lo que me gustaría caracterizar, a la luz
de la formulación de Godbout y Caillé, como calidad
de lazo social entre los litigantes” (Cardoso de Oliveira,
2004, p. 29).
Tal como se observó en un trabajo anterior (An-
geli, 2013), en las disputas vecinales, se manifiestan de-
terminados factores psicosociales asociados a la recipro-
cidad, sobre todo a las expectativas de comportamiento
de las otras personas a partir de los comportamientos
propios. Estas formas específicas de relación tienen una
historia y un contexto comunitario particular, y están
mediatizadas por lazos de identidad, es decir, por una
ligazón que se refiere a un conjunto de características
propias de esa comunidad y de las formas sociocultura-
les en que tales características se manifiestan.
En el segundo caso, el poder se manifiesta con
particulares ingredientes en la relación. A través de un
chiste, se disfraza un sutil mecanismo de intimidación.
Constituye una forma de poder coercitivo (French y
Raven, citados por Montero, 2012), mediante el cual
se induce la realización de una acción con enunciados
que simulan ser graciosos. Tal acción podría ser expresada
por el enunciado: vecina, deje de quejarse. Si los sistemas de
género se entienden como sistemas de poder, resultado
de un conflicto social, esto supone la resolución de los
conflictos en detrimento de las mujeres, cuestión que
lleva a indagar cómo se estructura ese poder y cómo se
ejerce en los espacios reconocidos del mismo, así como
las actitudes, la burla, los chistes y los chismes, recursos
utilizados para desacreditar al contrincante (De Barbieri,
1993; 1996).
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Cabe destacar que las interpretaciones realizadas
surgen de los diarios de campo y de las entrevistas domi-
ciliarias. Dado que, en una etapa posterior, se reformu-
ló el conflicto mediante procesos problematizadores, la
descripción y análisis se centró en las etapas previas. Se
observan también enunciados que podrían vincularse a
prejuicios, pero habría que seguir indagando la situación
para describir y analizar con mayor precisión tales vincu-
laciones.
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