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Psicogente, 18 (33): pp. 157-165. Enero-Junio, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
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en mayor o menor medida, pero, ¿qué pasa cuando el
infectado es un niño o un adolescente, que, justamente,
está inmerso en el proceso de desarrollo de su persona-
lidad, de sus funciones ejecutivas, y que además, aún no
cuenta con esos recursos psicológicos para afrontar su
condición de salud?
De antemano, se puede decir que, en niños y
adolescentes, las consecuencias cognitivas del VIH son
más devastadoras, porque la mayoría de sus procesos
cognitivos no han alcanzado su desarrollo óptimo y se
encuentran en etapa de formación y maduración. En es-
tos, se ha reportado enlentecimiento en el desarrollo de
las funciones cognitivas, así como declinación del rendi-
miento intelectual y de las funciones ejecutivas, que son
tan importantes para la regulación del comportamiento
y la adaptación al contexto
(Chávez, 2000; Roselli, 2003;
Odiase, Ogunrin & Ogunniyi, 2006; Faílde, Lameiras,
Rodríguez, Carrera & López, 2009).
Vale precisar que la forma de contagio define en
una medida considerable las alteraciones cognitivas que
puedan manifestarse. En los niños y adolescentes conta-
giados verticalmente (de madre a hijo), la infección afec-
ta un sistema inmunológico virgen, y un sistema nervio-
so en pleno desarrollo, que se encuentra evidentemente
más vulnerable ante las afecciones de las enfermedades
oportunistas. De los niños que nacen infectados con
VIH, entre un 15-20 % desarrollan el SIDA en el primer
año de vida, y el 29 % presenta signos y síntomas de la
enfermedad. De modo que la mayor parte de estos niños
muere durante los primeros cuatro años de vida, y solo
el 13 % alcanza los seis años de edad (Faílde et al., 2009).
En cambio, los niños contagiados horizontalmen-
te, ya poseen un sistema inmunológico completamente
desarrollado en el momento del contagio y la afectación
cerebral, incluso aunque es un cerebro en desarrollo, re-
sulta ser menos agresiva. No obstante, la función cogni-
tiva se ve afectada de todos modos en todos, en especial
las funciones que se empiezan a desarrollar y consolidar
en la infancia, como son las funciones ejecutivas, que
se encargan de la selección de la información relevante
para la adaptación del individuo al medio y de su utili-
zación óptima en la generación y control de los compor-
tamientos adaptativos
(Chávez, 2000; Faílde et al., 2009;
Venier, Murillo & Godoy, 2012).
Y es que, en lo que atañe a los aspectos psicomo-
tores, el desarrollo y consolidación de las funciones eje-
cutivas tiene lugar en el transcurso de la infancia y se
debe a un proceso de mielinización de las áreas frontales
del cerebro. Es a partir del desarrollo que determinados
mecanismos de las funciones ejecutivas, como la capaci-
dad de planificación, el control de la impulsividad y la
inhibición de comportamientos irrelevantes, empiezan
a manifestarse en fases avanzadas de la infancia, a la par
que avanza el desarrollo madurativo del cerebro, y en
particular, un mecanismo fundamental de las funciones
ejecutivas, que es la flexibilidad mental. Pues el desa-
rrollo de esta última se asocia íntimamente al de los re-
cursos mentales de procesamiento cognitivo, los cuales
constituyen una premisa fundamental para que se pue-
dan desarrollar las restantes funciones ejecutivas, y luego
de desarrolladas, para que sigan siendo funcionales
(Ba-
rroso & León, 2002; Goldberg, 2002; García, Enseñat,
Tirapu & Roig, 2009; Hardy & Vance, 2009; Braganza
& Palha, 2011; Velasco, Losa, Moreno & Hervás, 2011).
Cabe preguntar, entonces, ¿la flexibilidad mental
se manifiesta de manera similar en niños con VIH y en
niños normales? Según estos criterios, definitivamente
no deben manifestarse de forma similar, porque en un
cerebro afectado no pueden desarrollarse óptimamen-
te los recursos mentales de procesamiento. De hecho,
si analizamos la ejecución de niños o adolescentes con