Psicogente, 18 (33): pp. 206-225. Enero-Junio, 2015. Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia. ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X
http://publicaciones.unisimonbolivar.edu.co/rdigital/psicogente/index.php/psicogente
* Artículo derivado del proyecto “Cartografía social en torno a la Fundación Universitaria Los Libertadores”.
1 Magíster en Desarrollo Educativo y Social. Docente tiempo completo Fundación Universitaria Los Libertadores. Email: gemorenos@libertadores.edu.co
2 Psicóloga. Joven Investigadora Fundación Universitaria Los Libertadores. Email: lprojasp@libertadores.edu.co
Psicóloga. Docente y Co-investigadora Fundación Universitaria Los Libertadores. Email: apfaguaf@libertadores.edu.co
Magíster en Desarrollo Educativo y Social. Docente Catedrático Fundación Universitaria Los Libertadores. Email: hsanabriat@libertadores.edu.co
 Magíster en Desarrollo Educativo y Social. Docente tiempo completo Fundación Universitaria Los Libertadores. Email: msanabriat@libertadores.edu.co
 Magíster en Arte, Arquitectura y Espacio Efímero. Diseñadora y Docente Catedrática de la Fundación Universitaria Los Libertadores, Docente Tiempo
completo Universidad Piloto de Colombia. Email: nyreya@libertadores.edu.co, narda-rey@upc.edu.co.
Resumen
El propósito de este artículo de revisión es identificar las relaciones conceptuales existentes entre
la territorialidad y la subjetividad, y proponer la cartografía social como una herramienta metodo-
lógica que permite la comprensión de dichas relaciones. Este objetivo se lleva a cabo por medio de
la revisión de documentos que representan resultados de investigación desarrollados en el marco
de las Ciencias Sociales y Humanas en Colombia y algunos casos de América Latina. Se presenta
el análisis de documentos que abordan la territorialidad, la subjetividad y la cartografía social a
través de la comprensión de diversas problemáticas sociales.
Abstract
The purpose of this article is to identify and provide an understanding of the relational concept
between territoriality, subjectivity, and social mapping, and to propose its use as a methodological
tool. Its aim, based on the revision of documents is to show the research results conducted based
on Human and Social Sciences areas in Colombia and among others in Latin America. Thus an
analysis of documents considering territoriality, subjectivity, and social mapping of various social
problems, are addressed.
Palabras clave:
Territorialidades,
Subjetividades,
Cartografía social,
Revisión bibliográfica.
Keywords:
Territorialities,
Subjectivities,
Social mapping,
Bibliography review.
Referencia de este artículo (APA):
Moreno, G., Rojas, L., Fagua, A., Sanabria, H., Sanabria, M. & Rey, N. (2015). Subjetividades y territorialidades: una aproximación desde la
cartografía social en el contexto colombiano. Psicogente, 18(33), 206-225. http://doi.org/10.17081/psico.18.33.66
SUBJETIVIDADES Y TERRITORIALIDADES:
UNA APROXIMACIÓN DESDE LA CARTOGRAFÍA
SOCIAL EN EL CONTEXTO COLOMBIANO*
TERRITORIALITY AND SUBJECTIVITY: AN APPROACH BASED
ON COLOMBIAN SOCIAL MAPPING
Recibido: 27 de enero de 2014/Aceptado: 7 de julio de 2014
http://doi.org/10.17081/psico.18.33.66
GABRIEL EDUARDO MORENO SOLER
1
, LADY PAOLA ROJAS PERALTA
2
,
AURA PILAR FAGUA FAGUA
, HUGO SANABRIA TOVAR
,
MANUEL SANABRIA TOVAR
, NARDA REY AMAYA
Fundación Universitaria Los Libertadores - Colombia
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http://publicaciones.unisimonbolivar.edu.co/rdigital/psicogente/index.php/psicogente
INTRODUCCIÓN
Este artículo es un punto de partida en la cons-
trucción de la fundamentación teórico-conceptual y
metodológica del proyecto de investigación “Cartografía
social del entorno próximo de la Fundación Universi-
taria Los Libertadores”
1
. En tal sentido, esta revisión
desarrolla una serie de relaciones entre subjetividad,
territorialidad y cartografía social, contextualizadas en
dicho proyecto, el cual tiene como objetivo comprender
las relaciones y comunicaciones que han construido los
actores presentes en el territorio próximo a la Fundación
Universitaria Los Libertadores.
En este orden de ideas, se exponen los diferentes
puntos de vista acerca de la territorialidad, la subjetivi-
dad y la cartografía social, a través de la revisión de inves-
tigaciones desarrolladas en América Latina. En el caso
de la territorialidad, los estudios la abordan desde la
territorialidad urbana, la territorialidad rural y las trans-
formaciones territoriales ocasionadas por el tránsito de
poblaciones rurales a contextos urbanos. En cuanto a la
subjetividad, los estudios recurren a fenómenos como la
configuración de subjetividades dinamizadas por condi-
ciones corporales, prácticas políticas y expresiones artís-
ticas. Y finalmente, para el caso de la cartografía social,
se exponen postulados que abordan esta herramienta
metodológica desde el reconocimiento del territorio, la
transformación del mismo, y con ello, de la dinamiza-
ción de subjetividades diversas que hacen que el territo-
rio trascienda las fronteras geo-espaciales.
En primera instancia, se presenta la metodología
utilizada para la elaboración de la revisión bibliográfica.
1 Proyecto de investigación desarrollado por la Fundación Universitaria
Los Libertadores, de manera interdisciplinar, en el que participan la Fa-
cultad de Psicología y el Programa de Publicidad y Mercadeo, el cual está
interesado en comprender las relaciones entre subjetividad y territoriali-
dad a través de la cartografía social.
Luego se desarrolla la discusión de los hallazgos obte-
nidos, que se enuncian por medio de tres aspectos: el
primero corresponde a una articulación conceptual que
confluye en la consideración de lo sociocultural como
eje transversal en el estudio de la subjetividad y la terri-
torialidad; el segundo aspecto desarrolla dos escenarios
comprensivos que permiten entrever las relaciones entre
subjetividades y territorialidades: la territorialización de
la subjetividad y la subjetivación del territorio. Y el ter-
cer aspecto aborda la cartografía social como herramien-
ta metodológica, a través de la cual es posible compren-
der las relaciones entre subjetividades y territorialidades.
MÉTODO
La búsqueda y selección de los documentos se
realizó a partir de tres consideraciones: en primer lugar,
los documentos debían haber sido publicados en los úl-
timos cuatro años (2008-2013); en segundo término, de-
bían surgir de resultados de investigación; y finalmente,
que debían abordar la territorialidad, la subjetividad y la
cartografía social desde las Ciencias Sociales y Humanas
en América Latina.
Una vez seleccionados, se realizó el análisis de la
información obtenida, a través del cual se determinó y
extrajo la más sobresaliente. Esto se hizo por medio de
un ejercicio colaborativo, en el cual se establecieron y
discutieron las categorías de análisis emergentes. A par-
tir de estas, se llevó a cabo un análisis de contenido que
permitió entrever tendencias acerca del estudio sobre la
territorialidad y la subjetividad como fenómenos socia-
les, y de la cartografía social como herramienta metodo-
lógica.
RESULTADOS
A continuación, se presentan los resultados de
acuerdo con los tres aspectos establecidos en el anterior
apartado.
208
Lo sociocultural como eje articulador
de las subjetividades y las territorialidades
La revisión realizada permite distinguir que, en
los documentos analizados, lo social se enuncia como
una dimensión de las relaciones humanas, que al ser
dinamizadas por elementos históricos y espaciales, se
expresan en culturas heterogéneas. Estas, a su vez, están
constituidas por prácticas y significados que los grupos
humanos en todos sus niveles –individuo relacional, fa-
milia, comunidad, sociedad y contexto global– constru-
yen continua y dialécticamente.
En este sentido, se hace aquí un recorrido por las
diversas perspectivas que evidencian la forma en que el
componente sociocultural de las relaciones humanas
vehiculiza la comprensión de las relaciones existentes
entre subjetividades y territorialidades, en tanto catego-
rías conceptuales abordadas por las Ciencias Humanas y
Sociales, y como procesos que se expresan en la realidad
social y cultural.
El cuerpo, la política, la narrativa, el arte y la tradición
como manifestaciones socioculturales de la subjetividad
En los últimos años se han generado muchas pes-
quisas en torno a la subjetividad, que marcan el paso de
un enfoque dualista (que divide lo interno y lo externo
al ser humano) a otros que contemplan la dinamicidad
entre lo que ocurre en la mente de los sujetos y lo que
acontece en su contexto social. Sin embargo, aún preva-
lecen estudios que continúan escindiendo sujeto y socie-
dad (Cely, 2009; Hernández, 2011; Ocampo, 2012).
En el caso de la revisión efectuada, los estudios
retoman la crítica al supuesto dualista, y se centran en
la dialogicidad entre sujeto y cultura, asumiendo así la
subjetividad como una construcción sociocultural que
se transforma históricamente. En este sentido, estos
estudios exponen la comprensión de aspectos como el
cuerpo, la narrativa, el arte, la tradición y la política,
como manifestaciones socioculturales de la subjetividad.
En este orden, condiciones corpóreas como el
embarazo, las etapas del desarrollo humano y la sexuali-
dad, se asumen como situaciones que trascienden el ám-
bito biológico, para configurarse como procesos sociales
en los que aparecen componentes históricos y culturales.
En este sentido, el sujeto es más que un compuesto de
características y estructuras psico-biológicas y psico-am-
bientales (Cely, 2009) y el cuerpo en vez de ser conside-
rado como estructura orgánica, implica la existencia de
todo un sistema de significados y prácticas que ponen en
escena sentidos particulares sobre la humanidad (Sastre,
2011, Escobar, 2013).
Estudios como los de Oviedo y García (2011),
Amador (2012) y Carrero (2011) cuestionan la circuns-
cripción referida a la niñez y la adolescencia como pro-
ductos netamente biológicos y evolutivos, y, más bien,
los comprenden como construcciones simbólicas que
constituyen subjetividades configuradas al interior de
una sociedad particular, con expresiones culturales y
transformaciones históricas singulares, cuyas manifes-
taciones son vehiculizadas por el cuerpo como vínculo
simbólico, que tiene la potencialidad de ser significado
y generar significados construidos socialmente (Carrero,
2011).
Desde esta perspectiva, la infancia y la adolescen-
cia se conciben como procesos y conceptos sociales que
se han venido transformando gracias a la consolidación
de la cibercultura y de nuevos escenarios de expresión
donde emergen y se transforman subjetividades. Por
una parte, la subjetividad infantil ha pasado de un lugar
relegado a la pasividad a uno de agenciamiento, “aten-
diendo a un lugar simbólico en el cual (…) niños y niñas
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pueden hablar, pensar y reconquistar su propia historia”
a través de contextos virtuales como las redes sociales
(Amador, 2012, p. 27); y, por otra parte, han emergido
nuevas formas de ser adolescente, en muchos casos li-
gados a los supuestos comerciales contemporáneos que
implantan lógicas de ser y estar en el mundo y afectan
la concepción corporal, generando sentidos colectivos
que se materializan, por ejemplo, en prácticas como la
anorexia y la bulimia (Carrero, 2011). Además, las trans-
formaciones culturales en torno a la concepción del rol
femenino han hecho que fenómenos como el embarazo
adolescente se configuren como una situación entre “las
expectativas e imaginarios patriarcales de una identidad
femenina centrada en las funciones naturales de la ma-
ternidad, y los modos de ser, de sentir, de estar, de hacer
y de tener, propios de la globalización” (Oviedo & Gar-
cía, 2011, p. 234).
Respecto a la sexualidad, Gómez (2009) plantea
que las expresiones en este campo dan cuenta de trans-
formaciones subjetivas que irrumpen en “la moral sexual
cultural, y como tal, dicen algo sobre la estructura sim-
bólica de la sociedad actual y la subjetividad contempo-
ránea” (p. 2). Así, la sexualidad permite la significación
de la experiencia en el marco de ciertas construcciones
culturales que establecen márgenes de normalidad y
anormalidad. En esta línea, Escobar (2013) precisa que
la subjetividad transexual se manifiesta desde la resisten-
cia, dado que sus significados y prácticas en torno a una
corporalidad diferente, estigmatizada y acallada desde la
violencia, se han convertido en un asunto público y co-
tidiano.
Por otro lado, algunos estudios se centran en la
narrativa como manifestación sociocultural de la subje-
tividad, pues es a través de esta la cultura se hace viable,
comprensible y se abre a posibilidades de interpretación
y negociación de significados (Gutiérrez, 2009). En este
sentido, las narrativas configuran la experiencia del pa-
sado, presente y futuro de una cultura singular, y son
el puente que comunica intenciones, creencias y emo-
ciones humanas, constituyendo la expresión de los com-
ponentes históricos y culturales que integran el sujeto a
una estructura sociocultural.
La narrativa permite comprender que el sujeto
como agente social y cultural configura su subjetividad
en el marco de “prácticas cotidianas, matrices institu-
cionales, configuraciones nacionales, y mecanismos de
singularización” (Hernández, 2011, p. 27). Sastre (2011)
argumenta al respecto que las narrativas se enuncian
desde la presencia corpórea del sujeto “pues es en él que
la existencia humana adquiere una dimensión espacio
temporal” (Sastre, 2011, p. 180). La consideración de la
narrativa como manifestación de la subjetividad y como
proceso que contribuye en la construcción y transforma-
ción de subjetividades implica un tránsito epistemológi-
co: el individuo ya no está limitado por lo biológico y, en
cambio, se le reconoce como un sujeto que tiene la po-
sibilidad de significar su cuerpo, su contexto histórico-
espacial y su comunidad local y global (Amador, 2012;
Sastre, 2011; Ocampo, 2012, Alvarado, Patiño & Loaiza,
2012; Hernández, 2011; Lozano, 2008).
Por otra parte, la política se configura como ma-
nifestación sociocultural de la subjetividad, en tanto que
toda sociedad, con sus particularidades culturales, está
atravesada por relaciones de poder que marcan la exis-
tencia de subjetividades dominadas, dominantes y en
resistencia o disidencia. Es decir, la subjetividad es hete-
rogénea, y por lo tanto da lugar a tensiones simbólicas y
materiales. Afirma Calderón (2011): “siempre una rela-
ción entre sujetos será una relación política –valga decir
asimétrica–, donde confluyen perspectivas de mundos
diferentes en un intento por hacerlas comunes” (p. 205).
Esto sugiere que las producciones subjetivas están ancla-
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das en condiciones socio históricas particulares (Bonvi-
llani, 2010). De esta manera, la comprensión de la sub-
jetividad política requiere que el sujeto y la sociedad no
sean interpretados de forma aislada, sino teniendo en
cuenta que “las condiciones históricas, sociales, cultura-
les y políticas no son estáticas” (Lozano, 2008, p. 347).
Para Ocampo (2012), el Estado se configura como
un espacio político que supera las barreras de lo jurídi-
co y lo formal, y da cuenta de “luchas culturales entre
configuraciones subjetivas sobre el Estado” (p. 151). En
esta medida, las subjetividades políticas se construyen
en el marco de dinámicas culturales que dan cuenta de
las múltiples formas por medio de las cuales el sujeto
se hace consciente de unas condiciones de existencia
específicas y que se inscriben en relaciones de poder
donde la identidad y la alteridad se dinamizan, constru-
yéndose y confrontándose de manera paralela (Ramírez,
2012). Algunas de dichas formas son la configuración
de la norma, el componente jurídico y las dinámicas
gubernamentales y comunitarias, a través de las cuales
se configuran los derechos humanos, como concepto y
como ejercicio, que justifican la existencia de un sujeto
de derechos (Concha, 2009).
En medio de esta tensión entre subjetividades he-
terogéneas, las expresiones artísticas y las tradiciones se
reconocen como expresiones de la subjetividad. Esto, en
la medida que tanto el arte como la tradición pueden
poner en escena subjetividades excluidas e invisibiliza-
das por mecanismos de dominación como los sistemas
educativos (Solorza, 2010; Calderón, 2011; Reyes, Cor-
nejo, Arévalo & Sánchez, 2010); el Estado y los sistemas
de gobierno encapsulados en lo jurídico y lo económico
(Ocampo, 2012; Alvarado, Botero & Ospina, 2010); los
roles sociales hegemónicos, propios de las sociedades pa-
ternalistas (Oviedo & García, 2011); las relaciones socia-
les entre instituciones, comunidades y sujetos que, cen-
tradas en el capitalismo, buscan apropiarse de las formas
de sentir, pensar y actuar (Amador, 2012); y el cuerpo
percibido predominantemente en su dimensión orgáni-
ca (Sastre, 2011; Escobar, 2013; Oviedo & García, 2011).
Las subjetividades en resistencia o disidencia se
manifiestan, entonces, en el contexto de lo público, a
través de instrumentos culturales que irrumpen en el
orden establecido. Así por ejemplo, la transformación
del cuerpo desde lo anormal permite la emergencia de
nuevas subjetividades o de subjetividades negadas, como
las transexuales (Escobar, 2013) y las que emergen de
la práctica del bodyart (Sastre, 2011). Asimismo, la posi-
bilidad de ejercer prácticas ancestrales y tradicionales,
pese a la emergencia de una cultura global, representa
para algunos grupos, el redescubrimiento de identida-
des originarias (Vélez, 2009; Gigena, 2009; Ramírez,
2012). Del mismo modo, las prácticas culturales, que se
expresan a través de movimientos sociales y colectivos
políticos, evidencian la necesidad de algunos sujetos por
expresar sus singularidades políticas, emocionales y cul-
turales (Bonvillani, 2010). Y la educación, normalmente
asimilada a un dispositivo de homogenización, se puede
transformar a partir de la formación de un pensamiento
crítico que parta de la reflexión sobre las condiciones
de poder que constituyen cualquier sociedad (Calderón,
2011; Reyes, Cornejo, Arévalo & Sánchez, 2010).
La subjetividad es comprendida como un proceso
que pasa por niveles de dominación y obliteración; y en
este sentido, se dimensiona como un proceso social a
través del cual los sujetos significan y re-significan sus ex-
periencias cotidianas (Gigena, 2009; Hernández, 2011).
Esto significa que las subjetividades tienen su lugar de
expresión en la cotidianidad, que es un lugar de subje-
tivación y sujeción, es decir, la subjetividad puede ser
comprendida como un elemento de resistencia, en cuan-
to tiene la posibilidad de re-historizarse y re-culturizarse
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desde el descubrimiento de lo que se ha perdido o de
lo que no ha tenido la posibilidad de expresarse y deba-
tir en el contexto de lo público, pero también encarna
procesos de opresión e invisibilización (Gigena, 2009;
Escobar, 2013; Carrero, 2011).
La subjetividad tiene una dimensión singular, en
tanto proceso que da cuenta de la existencia de un su-
jeto, el cual, pese a que no puede ser desligado de su
contexto social, produce sentidos y significados particu-
lares. En este sentido, la subjetividad también tiene una
dimensión colectiva, bajo la cual se reconoce su carácter
compartido, es decir, que se configura a través de rela-
ciones y transacciones que acontecen en el mundo de
lo cotidiano. Así, algunos estudios hacen énfasis en la
dimensión individual o en la dimensión colectiva de la
subjetividad, en tanto otros desarrollan la dinamicidad
entre su dimensión social y colectiva, rescatando tanto la
producción de sentidos y significados compartidos como
el lugar del sujeto en la producción de los mismos. Estas
tendencias investigativas coinciden en considerar que la
subjetividad contiene elementos históricos, culturales y
sociales, que delimitan la constitución de relaciones hu-
manas en el margen de la dominación y la resistencia o
disidencia a órdenes establecidos.
El resquebrajamiento espacial como expresión sociocul-
tural de la territorialidad
Las investigaciones revisadas también permiten
comprender que el resquebrajamiento espacial, es decir,
la trascendencia de lo geoespacial a lo simbólico se con-
figura como expresión sociocultural de la territorialidad.
Por ello, aunque algunos de los estudios se centraron en
la investigación de territorialidades urbanas y otros hi-
cieron énfasis en la comprensión de las territorialidades
rurales como las campesinas o las indígenas, la mayoría
retomó la existencia de las transformaciones territoriales
que sufren comunidades a raíz de la movilidad espacial
(Enriz, 2009; Briceño, 2011); es decir, el desplazamiento
del territorio rural al territorio urbano a causa de lógicas
económicas, jurídicas, culturales y políticas.
La territorialidad se configura a través de procesos
de apropiación, habitación y vivencia del territorio, en
medio de los cuales este adquiere propiedades simbó-
licas y materiales que son atravesadas por aspectos po-
líticos (Mosquera, 2011; Bernal, 2012; Bastidas, 2009;
Daza, 2008; Arcos, 2011; Fuentes, 2010). Estas propie-
dades dan cuenta de expresiones culturales que se dina-
mizan a través del lenguaje; y así, el territorio se divisa
como un entramado de significados construidos a través
de las relaciones sociales, culturales e históricas que en
él se dinamizan. En este sentido, el carácter simbólico
de territorio consiste en la posibilidad de ser significado
por quienes lo habitan o transitan (Bernal, 2012; Abad,
2011). De este modo, las relaciones entre los seres huma-
nos y el territorio pasan por la construcción de códigos
y normas en los que intervienen elementos históricos y
culturales que están mediados por relaciones de poder.
Y esto último indica que el territorio tiene un carácter
político (Victorino, 2011; Bernal, 2011).
Por otra parte, los documentos revisados estable-
cen que la cultura es un entramado de significaciones
y prácticas construidas en torno al territorio; es una di-
mensión del territorio que se relaciona en forma cons-
tante con aspectos políticos y geográficos; y, precisamen-
te, a través de lo cultural las transformaciones políticas
y geográficas se hacen posibles. Entonces, así como el
territorio sufre transformaciones, la cultura también,
y ellas se evidencian a través de la historia (Bastidas,
2009). Fals (2000, citado en Bernal 2012, p. 84) afirma
así que “la cultura es el eje a través del cual se desarro-
llan las actividades sociales, económicas y políticas en
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el contexto de lo local”. Y, aunque ubicadas en lo local,
dichas actividades reconfiguran las dinámicas sociales en
lo nacional, o incluso, en lo global. Bernal (2011), Blan-
co (2012), Abad (2011), Briceño (2011), Victorino (2011)
y Larrahondo (2006) muestran al respecto que cuando
ocurren fenómenos como la migración y el desplaza-
miento forzado, no solo afecta la población desplazada o
el grupo que migra, también, la comunidad receptora se
ve obligada a transformar su territorialidad y, con ello,
sus configuraciones culturales.
La territorialidad, entonces, no es homogénea
sino diversa y particular, y tiene que ver tanto con las
propiedades geoespaciales, naturales y ambientales del
territorio, como con los procesos de identificación, sig-
nificación y culturización que en él y por él se posibilitan
(Victorino, 2011; Bernal, 2011; Bernal, 2012; Bastidas,
2009; Daza, 2008; Abad, 2011). Incluso, dado el carácter
político constitutivo de la territorialidad, pueden existir
territorialidades hegemónicas y otras contra-hegemóni-
cas. Por lo que la territorialidad resulta ser un escenario
de conflictos, en el que se escenifican distintas formas
de concebir el territorio y, con ello, distintas prácticas
culturales, políticas y económicas que posibilitan o limi-
tan su desarrollo (Blanco, 2012; Avalle, 2009; Duarte,
2011; Victorino, 2011; González, 2009). En este sentido,
Pantoja (2007), propone que la concepción mercantil
del territorio, bajo la cual solo se reconocen sus propie-
dades económicas y productivas, soslaya las particulari-
dades y potencialidades culturales del mismo, las cuales
posibilitan la existencia de solidaridades comunitarias.
Sin embargo, el territorio tiene la potencialidad
de reivindicarse, en la medida que se actualiza e inclu-
so es lugar de resistencias que se dinamizan a través de
dispositivos culturales que representan la vigencia de las
costumbres y tradiciones. Estos dispositivos pueden ser:
la lengua, la educación propia, la memoria y la religión
(Bernal, 2012; Larrahondo, 2006; Mosquera, 2011; Ar-
cos, 2011; Briceño, 2011; Enriz, 2009). De ahí que, pese
a las trasformaciones territoriales que puedan sufrir las
personas, los significados que han construido a partir de
él, se adaptan a dichas transformaciones, permitiendo
así, la subsistencia cultural aun en ausencia del espacio
físico (Bernal, 2011; Abad, 2011). En concreto, territo-
rialidades ancestrales y tradicionales como las indígenas
o las afrodescendientes representan, en muchos casos,
territorialidades disidentes que subsisten pese a lógicas
homogeneizadoras (Pantoja, 2007; Bernal, 2012). Por
consiguiente, la cultura enmarca potencialidades para la
configuración de resistencias, a partir de la revitalización
y actualización de los aspectos simbólicos del territorio,
a pesar de las transformaciones y desplazamientos que
ocurran en el espacio físico (Bernal, 2012).
Como puede verse, la territorialidad trasciende
la existencia del territorio como ente físico, y compren-
derla implica, por lo tanto, poner en contexto todas las
dimensiones del territorio: jurídicas, políticas, cultura-
les, ambientales y geoespaciales. De este modo, es impor-
tante identificar las maneras como las personas, a nivel
individual y colectivo, se apropian de los significantes de
un territorio, creando así manifestaciones culturales que
subsisten (aunque transformadas) a lo largo de la histo-
ria. De igual manera, se requiere visualizar los procesos
de adaptación a otro entorno, cultura y costumbres, que
ocurren por causa de desplazamiento, ocupación y apro-
piación de territorios distintos a los ancestrales y tradi-
cionales, y que dan lugar a procesos de transformación y
re-construcción territorial. En conclusión, esta variedad
de formas de relacionarse con el espacio, que son formas
conflictivas, simbólicas e históricas, dan cuenta de un
resquebrajamiento espacial que posibilita la compren-
sión de la territorialidad en el marco de lo sociocultural,
es decir, más allá de lo geoespacial.
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Subjetividades y territorialidades:
dos procesos interdependientes
Hasta el momento, se ha evidenciado que el terri-
torio contiene tanto elementos simbólicos como físicos
y geográficos, y en esta medida, constituye la expresión
o manifestación histórica y espacial de las subjetivida-
des, es decir, de los modos de ser, estar y sentir que se
instituyen en medio de la relación dialéctica entre sujeto
y sociedad. Lo anterior se evidencia en puntos de con-
fluencia existentes entre los abordajes de la subjetividad
y la territorialidad o, con otras palabras, en la territoriali-
zación de la subjetividad y la subjetivación del territorio.
La territorialización de la subjetividad: cuando la sub-
jetividad se expresa a través de un territorio
La subjetividad se expresa histórica y espacialmen-
te a través de un territorio, que no solo da cuenta de un
espacio geográfico, sino de espacios sociales e itineran-
tes, como el cuerpo, el arte, la música y las tecnologías de
la información y la comunicación. En este sentido, los
estudios revisados parten de los espacios de creación de
prácticas comunitarias, políticas, educativas y artísticas,
como territorios de construcción de subjetividades disi-
dentes, de sujeción de subjetividades dominadas o de
prevalencia de subjetividades dominantes. Estos territo-
rios se constituyen a través del territorio local, nacional y
supranacional, e incluso, a través del cuerpo como terri-
torio que transporta significados y prácticas determina-
das, así como el espacio virtual, consolidado como nue-
va plataforma de producción de sentidos compartidos.
Los escenarios de expresión política se constitu-
yen como territorios donde se posibilita la expresión y la
emergencia de ideas, concepciones y percepciones de la
política en tanto actividades sociales que se centran en
las relaciones de poder y en la normatividad jurídica y
cultural (Ocampo, 2012; Ramírez, 2012; Alvarado, Bo-
tero & Ospina, 2010; Alvarado, Patiño & Loaiza, 2012;
Lozano, 2008; Bonvillani, 2010).
Más precisamente, para Ocampo (2012) el Estado
se visibiliza como un territorio que posibilita la produc-
ción de sentidos subjetivos. Este es un territorio poco
delimitado, y físicamente inaccesible de manera inme-
diata, pero, como concepto político, se convierte en un
territorio en torno al cual los sujetos generan sentidos y
significados compartidos o divergentes que trazan lími-
tes de identificación y alteridad, y que dejan intersticios
para la aparición de subjetividades emergentes (Bonvi-
llani, 2010).
En esta línea, Ramírez (2012), Bonvillani (2010)
y Alvarado, Patiño y Loaiza (2012) proponen que las or-
ganizaciones juveniles se constituyen como territorios
donde se reúnen iniciativas críticas que parten de la exis-
tencia de intereses compartidos. Los colectivos juveniles
construyen, de hecho, formas alternas de comunicación
que materializan y vehiculizan sus sentidos subjetivos,
y estas formas se consolidan mediante la construcción
de emocionalidades disidentes que se enuncian a través
del descontento (Bonvillani, 2010) y de expresiones ar-
tísticas que aparecen cuando “los lenguajes convencio-
nales se agotan” (Ramírez, 2012, p. 126). Así, el arte y
la emoción configuran lenguajes nuevos, y en esta medi-
da, brindan la posibilidad de edificar territorios para la
construcción de sentidos compartidos, que existen pese
a la inexistencia de un espacio físico que los reúna.
Asimismo, y como ya se ha dicho, el cuerpo y los
escenarios virtuales son territorios que, como el arte,
permiten la configuración de territorialidades itineran-
tes. De manera que, cuando el cuerpo se significa desde
posibilidades educativas, políticas y culturales deja de ser
posesión de un sujeto determinado y se convierte en un
vínculo que viabiliza la significación de prácticas colec-
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tivas, y que bien pueden estar ligadas al mantenimiento
del orden social o a la transgresión de dichos órdenes
(Escobar, 2013; Sastre, 2011). Igualmente, los espacios
virtuales configuran nuevas formas de interacción, que
vehiculizan la producción de subjetividades (Amador,
2012; Vélez 2009; Carrero, 2011).
Se puede decir, por todo lo aquí expresado, que
los sentidos compartidos que se expresan a través de ac-
ciones, configuran territorios y conforman un espacio
dialógico, en el que se constituyen procesos de reivindi-
cación de subjetividades particulares como formas legíti-
mas de ser y estar en el mundo.
La subjetivación del territorio: cuando lo territorial
trasciende las barreras de lo espacial
El territorio se configura como el espacio físico
y simbólico que comparten y construyen sujetos en co-
munidad; es decir, el territorio tiene un carácter com-
partido, que se configura mediante prácticas colectivas
que encarnan experiencias y percepciones de quienes se
relacionan con un espacio determinado (Angulo & Fer-
nández, 2011; Arcos, 2011). Este vínculo simbólico da
cuenta de la construcción de sentidos compartidos, que
hacen que las tradiciones y las culturas se mantengan
vigentes o se transformen.
En este sentido, la agricultura como eje del merca-
do comunitario y de la subsistencia familiar, la presencia
de jurisdicciones tradicionales (Ararat, Vargas, Mina,
Rojas, Solarte, Vanegas & Vega, 2013), el desarrollo de
cabildos y el mantenimiento de las lenguas ancestrales
(Bernal, 2012), así como la música y la jerga tradicional
(Pantoja, 2007; Enriz, 2009), se configuran como prác-
ticas que posibilitan la recuperación y revitalización de
territorialidades ancestrales y tradicionales, que se han
invisibilizado dada la prevalencia del sentido económico
y productivo del territorio.
Según Larrahondo (2006, p. 10) el territorio es
“el lugar de producción de mediaciones intersubjetivas
entre estos sujetos dentro de un escenario de diálogo cul-
tural (…) así mismo como el epicentro de tensiones terri-
toriales históricas creadas gracias a las disímiles formas
de ocupar y significar el territorio”. Así pues, el territorio
se perfila como anclaje de subjetividades y catalizador de
problemáticas compartidas (Avalle, 2009).
La territorialidad se constituye a través de las con-
diciones de vida de las comunidades y de sus formas de
habitación y apropiación del territorio (Arcos, 2011;
Abad, 2011). Así, por ejemplo, la ciudad deja de ser un
espacio estructurado desde sus propiedades físicas y lími-
tes geográficos (Angulo & Fernández, 2011) enmarcados
en grandes construcciones y planes de ordenamiento te-
rritorial, para considerarse como un espacio que “cobra
una identidad producto de la configuración socio histó-
rica que determina usos, costumbres, imaginarios, dise-
ño democrático o autoritario, imprimiendo, al mismo
tiempo, comportamientos en la apropiación y pertenen-
cia de quienes la habitan y la construyen” (Arcos, 2011,
p. 9); y así mismo, el campo trasciende lo agropecuario,
ya que también es dinamizado por aspectos políticos,
económicos, pedagógicos y religiosos que constituyen
formas específicas de vivir y habitar el contexto rural,
formas que dan lugar a particularidades culturales (Bri-
ceño, 2011; Enriz, 2009; Arcos, 2011).
La subjetividad se vislumbra, entonces, como una
categoría que contribuye a la comprensión de la territo-
rialidad desde una perspectiva centrada en lo humano
más que en lo físico del territorio, y se consolida como
un requerimiento epistemológico que permite la com-
prensión del impacto que las transformaciones territo-
riales causa en las personas (inevitables en el marco de
las dinámicas históricas y culturales). Así, los procesos
de representación y significación del espacio dan lugar a
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territorialidades heterogéneas que entran en conflicto y
permiten entrever el territorio como el lugar en el que se
desarrolla la cotidianidad (Duarte, 2011; Pantoja, 2007),
una cotidianidad que solo existe por las construcciones
simbólicas que posibilitan la creación y negociación de
significados y sentidos singulares y colectivos, es decir,
por las configuraciones subjetivas.
La cartografía social como herramienta
metodológica para la comprensión de las relaciones
entre subjetividades y territorialidades
Hasta ahora se ha visto que lo sociocultural cons-
tituye un eje articulador de las subjetividades y las terri-
torialidades, pues, aunque no en todos los estudios re-
visados se abordan de manera paralela los conceptos de
territorialidad y subjetividad, sí permiten entrever que
la subjetividad da cuenta de producciones simbólicas y
de significados compartidos que adquieren un escenario
de expresión y acción, en un territorio configurado por
elementos tanto físicos y geográficos como simbólicos,
a través de los cuales surgen territorialidades nuevas y
heredadas que subsisten incluso ante la ausencia del es-
pacio físico.
Las subjetividades y las territorialidades (en plu-
ral, considerando sus múltiples configuraciones y ex-
presiones) son producciones históricas que se anclan
en contextos histórico-espaciales dinámicos, y la cultura
aparece como un entramado de relaciones y transaccio-
nes sociales e históricas, constituidas en medio de una
relación bidireccional: el sujeto produce culturas y, a su
vez, es el producto de dinámicas culturales, al margen
de las cuales se producen, reproducen, transforman, des-
truyen e invisibilizan otras configuraciones territoriales
y subjetivas.
De igual modo, las territorialidades y las subjetivi-
dades, en tanto configuraciones socio culturales hetero-
géneas y singulares, encarnan la existencia de tensiones
debidas a la presencia de relaciones de poder. Estas po-
sibilitan subjetividades y territorialidades dominantes,
que establecen un orden social determinado bajo lógicas
aparentemente estáticas, así como otras dominadas, que
subsisten en medio de la invisibilizacion, opresión y obli-
teración generada por las configuraciones dominantes,
que hacen que las expresiones nuevas desparezcan o se
limiten al contexto de lo privado; pero, en este mismo
marco, se desarrollan otras configuraciones resistentes
o disidentes, que a través del redescubrimiento de prác-
ticas y significados olvidados o silenciados, generan ini-
ciativas para que los sentidos y tradiciones que hasta el
momento solo hacían parte de lo privado, empiecen a
transitar hacia lo público y reclamen su existencia cul-
tural negada.
Todos estos aspectos sugieren que la cartografía
social es una importante herramienta metodológica que
posibilita la comprensión de las relaciones entre subje-
tividades y territorialidades, lo cual está en consonan-
cia con el proyecto de investigación “Cartografía social
del entorno próximo de la Fundación Universitaria los
Libertadores”, en el cual se asume que los mapas socia-
les, en el marco de la investigación social, provocan la
reflexión y la apertura al diálogo entre actores sociales
diversos, quienes construyen dinámicas de apropiación,
habitación y transformación del territorio, a través de
las cuales se evidencian configuraciones subjetivas sin-
gulares y compartidas. Y, justamente, estas configuracio-
nes permiten comprender que el sujeto, la comunidad
y la nación son dinamizados por aspectos tanto locales
como globales, que se pueden comprender por medio
del análisis histórico y coyuntural de la realidad social
expresado por quienes la construyen.
A partir de lo anterior, este apartado aborda ele-
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mentos que surgen de la revisión realizada en documen-
tos que conciben la cartografía social como herramienta,
técnica o instrumento metodológico, que posibilita la
comprensión del territorio desde sus dimensiones tanto
físicas como simbólicas (Andrade & Santamaría, 2006,
citado en Vicepresidencia de la República, Programa
Presidencial de Derechos Humanos y DIH, 2010; Oso-
rio & Rojas, 2011; Quiñonez, 2011). Se desarrollan, en
consecuencia, tres elementos que, teniendo en cuenta
las relaciones entre subjetividad y territorialidad ya abor-
dadas, evidencian que la cartografía social es un método
pertinente para el estudio de las territorialidades y las
subjetividades: el territorio, la participación y los mapas
sociales.
El territorio como construcción geoespacial y simbólica
El territorio es el espacio en el que se expresan los
sentidos comunitarios y se construyen los conocimien-
tos que se visibilizan a través de la cartografía social, es
decir, el territorio es incubador y potencializador de ex-
periencias que se externalizan a través de la cartografía
social. Esto ocurre así debido a que el territorio da cuen-
ta del espacio en el que se contextualiza el conocimien-
to, por lo cual, es de entenderse que la realidad social
refleja el vínculo simbólico que las personas desarrollan
en torno a él (Quiñónez, 2011). Entonces, es evidente
que el territorio conforma un eje temático articulador
de la cartografía social como concepto y como práctica
en el marco de las Ciencias Sociales y Humanas (Quiñó-
nez, 2011; Osorio & Rojas, 2011; Vélez, Rativa & Vare-
la, 2012; López, 2012; Ramírez, 2008; Mora & Jaramillo,
2003), así como de los procesos de intervención social
y humanitaria en América Latina (Fondo Internacional
de Desarrollo Agrícola, FIDA, 2009; Vicepresidencia de
la República, Programa Presidencial de Derechos Huma-
nos y DIH y otros, 2010).
El territorio representa el eje que vincula el traba-
jo y los conocimientos o saberes de los investigadores y
los de la población; es decir, es un lugar de encuentro y
diálogo de saberes. De este modo, en la medida que po-
tencializa la reflexión y acción comunitaria consolidan-
do un nuevo conocimiento sobre el territorio (Osorio y
Rojas, 2011; López, 2012), la cartografía social permite
la toma de decisiones sobre el desarrollo territorial. Así,
las expectativas e imaginarios que la comunidad tenga
sobre el territorio que habita, consolida a los habitantes
como “agentes activos en las decisiones gubernamenta-
les” (López, 2012, p. 93). Por tanto, la cartografía social
representa una herramienta de proyección social de gran
utilidad cuando es validada por la población que habi-
ta el territorio estudiado; es decir, cuando es una he-
rramienta que posibilita y potencializa la participación
comunitaria.
Dada la multiplicidad de formas de significar el
espacio y relacionarse con él, el territorio es objeto de
transformaciones debidas a conflictos sociales. He aquí
la importancia de la planificación participativa del te-
rritorio, la cual se posibilita a través de la cartografía
social, pues esta es una herramienta metodológica que
vehiculiza la voz de quienes habitan el territorio, y, por
ende, son quienes deberían decidir qué tipo de transfor-
maciones son necesarias para su territorio (FIDA, 2009;
Vicepresidencia de la República, Programa Presidencial
de Derechos Humanos y DIH & otros, 2010).
A partir de lo antes dicho, es claro que el territo-
rio da cuenta de un espacio constituido por relaciones
sociales, en las que se identifican prácticas, intereses,
deseos y experiencias propias del sujeto, pero que están
en relación con su comunidad y con la sociedad en ge-
neral. En dichas relaciones, intervienen configuraciones
subjetivas, que vehiculizan formas de “identificación y
de representación –bien sea colectivo como individual–,
que muchas veces desconoce las fronteras políticas o ad-
ministrativas clásicas” (Gouset, 1988, citado en Vicepre-
sidencia de la República y otros, 2010, p. 18).
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El territorio está demarcado por fronteras, que se
entienden como la división material o simbólica entre al
menos dos espacios físicos y sociales, y estas divisiones
se construyen socialmente a través de los ordenamientos
sociales que constituyen un territorio. Existen fronteras
que son determinadas jurisdiccionalmente y otras que
son resultado de diferencias en las prácticas sociales, cul-
turales y económicas de dos o más poblaciones (Vélez,
Rativa & Varela, 2012, p. 62). De una u otra forma, el
análisis de dichas divisiones puede dar cuenta de las di-
námicas históricas que constituyen el territorio, a través
de prácticas sociales, culturales, económicas y políticas
que demarcan procesos de apropiación, habitación,
identificación y pertenencia (Mora & Jaramillo, 2003).
Según todo lo expuesto, en el ejercicio de la car-
tografía social, el territorio debe ser comprendido desde
sus particularidades geoespaciales, ambientales y estruc-
turales, pero también a partir de las particularidades cul-
turales, sociales e históricas, que se configuran a través
de quienes lo habitan y lo dotan de sentidos y significa-
dos. Todos los estudios revisados comparten este aspec-
to situado de la cartografía social, que implica el reco-
nocimiento del carácter construido del territorio, pues
parten de experiencias en las que la cartografía social,
además de ser una herramienta de investigación, se asu-
me como una herramienta de intervención comunitaria
que potencializa un reconocimiento del territorio por
parte de sus habitantes, así como los cambios sociales
desde una perspectiva participativa. Bajo esta, el terri-
torio se comprende como un espacio físico y simbólico
que pertenece a quienes lo habitan, y por esto, son ellos
quienes deben decidir su futuro.
La participación como requerimiento metodológico y
epistemológico para la implementación de la cartografía social
La participación constituye un elemento integra-
dor para la conceptualización y práctica de la cartografía
social, que, dependiendo de los fines de la investigación
y/o proceso de intervención comunitaria, se puede con-
cebir desde dos horizontes, que aun cuando son distin-
tos no son excluyentes entre sí.
Por un lado, desde un horizonte pedagógico, la
participación posibilita el diálogo entre sujeto investiga-
dor y sujetos estudiados. De esta forma, estos últimos
no son considerados desde un lugar pasivo y receptor,
sino desde la posibilidad de accionar y de narrar sus
percepciones en torno al territorio que habitan o tran-
sitan. Aquí, el hecho de que la comunidad participe en
la construcción de conocimientos sobre el territorio que
habitan y conocen, y el que el investigador/profesional
se sitúe en el lugar de reconocedor de un territorio que
tal vez no habita ni conoce, con el ánimo de conocerlo
y reflexionar en torno a él, configuran objetivos primor-
diales de la cartografía social, pues, en ese encuentro de
saberes heterogéneos, se presentan acciones pedagógicas
que desembocan en la construcción de sentidos nue-
vos y comunicables sobre el territorio (Osorio & Rojas,
2011; FIDA, 2009; Quiñónez, 2011).
De otra parte, desde un horizonte centrado en la
intervención social, la participación propicia que la co-
munidad decida respecto a la planificación del territorio
que habita, en términos de desarrollo y ordenamiento.
La planificación participativa, entonces, es un objetivo
de la cartografía social, pues promueve una reflexión
colectiva que implica repensar críticamente el territo-
rio desde una postura política y ciudadana e incidir de
manera activa en los cambios y transformaciones que el
territorio necesite para mantener su subsistencia física,
ambiental y cultural (López, 2012; Ramírez, 2008; Vélez,
Rativa & Varela; 2012; Vicepresidencia de la República
y otros, 2010; Habegger, 2008).
Ahora bien, las transformaciones territoriales que
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se posibilitan a través de la cartografía social son tanto
estructurales como subjetivas. Pues el territorio, al estar
dinamizado tanto por elementos físicos como simbóli-
cos, requiere en muchos casos, que las percepciones de
los sujetos que lo habitan también se transformen. El
horizonte centrado en la intervención social tiene que
ver más con las transformaciones estructurales, como
los procesos de ordenamiento territorial, planeación te-
rritorial y gestión ambiental, y el horizonte pedagógico
enfatiza en la construcción de procesos de transforma-
ción subjetiva en casos como los de despojo y desarraigo
territorial, que requieren, en un primer momento, de un
trabajo que permita a las personas re-significar el espa-
cio, re-historizandolo y culturizándolo, ya que la acción
pedagógica vehicula la posibilidad de “poner en común
los saberes y prácticas, de reflexionar sobre su diversi-
dad” (Osorio & Rojas, 2011, p. 38), para así incurrir en
la construcción de un conocimiento nuevo y actualizado
sobre la realidad territorial. Sin embargo, estos horizon-
tes representan énfasis que como ya se advirtió no son
excluyentes, pues las transformaciones estructurales vie-
nen acompañadas de transformaciones subjetivas. Estas
últimas, a su vez, posibilitan la existencia de cambios
estructurales.
En el estudio de las dimensiones territoriales,
la cartografía social se dilucida como una herramienta
metodológica pues posibilita el “reconocimiento del
mundo cultural, ecológico, productivo y político que se
expresa en el territorio, también es un enfoque que nos
invita a construir un pensamiento relacional para enten-
der la vida y sus expresiones de una manera compleja”
(García 2005, citado en Bernal, 2012). Entonces, la co-
munidad no es concebida únicamente desde lo meto-
dológico, como lugar de producción de conocimientos
y saberes, sino que también implica una postura episte-
mológica que puede asumirse desde la pasividad o desde
el empoderamiento y la acción creativa. En este sentido,
la comunidad no es únicamente un lugar del trabajo de
campo, sino un concepto que, a través de cada estudio,
adquiere características y categorías nuevas susceptibles
de ser investigadas.
¿Cómo comprender las relaciones entre territorialidades
y subjetividades a través de la cartografía social?: Un acerca-
miento a los mapas sociales
El recorrido realizado hasta ahora sugiere que la
cartografía social es concebida desde distintas perspecti-
vas que confluyen en dos aspectos: 1) Su flexibilidad me-
todológica y 2) Su carácter participativo, bien sea dentro
de procesos de investigación académica o de interven-
ción comunitaria por parte de organizaciones sociales.
En este sentido, la cartografía social no da lugar a defi-
niciones metodológicamente estáticas, sino a procesos
de construcción y reconstrucción de percepciones, que
posibilitan el reconocimiento del territorio y sus dinámi-
cas de habitación, apropiación, producción, desarrollo y
organización desde la comunidad misma.
La cartografía social permite construir un conoci-
miento integral del territorio, utilizando instrumentos
que pueden ser técnicos y vivenciales. De este modo,
ella sirve para construir conocimiento de manera colec-
tiva, pues posibilita un escenario en el que acontece un
acercamiento de la comunidad a su espacio geográfico,
socioeconómico e histórico-cultural.
Una forma de lograr este acercamiento, es a través
de la realización de mapas sociales. Los mapas constitu-
yen uno de los elementos metodológicos y conceptuales
que más relevancia tienen en el marco de la cartografía
social, pues plasman las concepciones comunitarias acer-
ca de las comunicaciones y relaciones que prevalecen en
el territorio y, de este modo, configuran las dinámicas
territoriales (Osorio & Rojas, 2011; FIDA, 2009; Quiñó-
nez, 2011). Según Quiñónez (2011), los mapas permiten
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“registrar e interpretar la realidad” (p. 160), y posibilitan
la triangulación de la información, datos y vivencias de
la comunidad. De modo que, cuando la realización de
mapas está acompañada de la reflexión, comprende tan-
to el territorio como espacio físico como de la realidad
territorial a nivel simbólico y subjetivo, así se “ligan la
representación del mapa con la realidad cultural del te-
rritorio” (Quiñónez, 2011, p. 161). Los mapas, entonces,
constituyen un entramado complejo de significados en
torno al territorio que se negocian e imponen en las co-
munidades.
A través de la realización de mapas, la comunidad
grafica sus experiencias y percepciones, y las analiza de
manera crítica, lo que lleva a identificar conflictos (Ha-
begger, 2008) y “posibles soluciones en la reconstrucción
del territorio” (Quiñónez, 2011, p. 160). Pero, además de
la identificación de problemáticas sociales, la construc-
ción de mapas sociales permite el reconocimiento de
expectativas y deseos de las comunidades y sus vínculos
de solidaridad (Habegger, 2008). Así, los mapas socia-
les permiten la emergencia de construcciones subjetivas
como “la memoria, identidad, territorio, autonomía,
conservación y conflicto” (López, 2012, p. 13).
Además, los mapas son una técnica flexible que
puede adaptarse a las condiciones de los participantes.
Quiñonez (2011) explica al respecto que, ante la dificul-
tad para escribir sobre algunos participantes involucra-
dos en la realización de la cartografía, acudió a la utiliza-
ción de “mapas parlantes (…) que validan la producción
oral del conocimiento” (p. 169). En un sentido similar,
el FIDA (2009) afirma que los mapas sociales se pueden
llevar a cabo con distintos materiales y en distintos espa-
cios, dependiendo de las condiciones de la población, y
que el avance actual de las tecnologías brinda cada vez
nuevos elementos que facilitan la construcción y análisis
de mapas sociales
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. Este tipo de dispositivos abren, en
consecuencia, un “espacio a la intersubjetividad, a la di-
versidad de perspectivas y a la vez, a la construcción de
una mirada colectiva” (Reyes et al., 2010, p. 277).
En suma, los mapas son herramientas gráficas que
permiten, vehiculizan y potencializan la representación
del territorio en sus dimensiones geoespaciales y sim-
bólicas. Así, en los distintos textos revisados, los mapas
constituyen una herramienta pedagógica que materializa
las percepciones de las comunidades sobre sus territo-
rios. Esto implica el diálogo de los distintos integrantes
de la comunidad y la reflexión de los mismos en torno
a las relaciones espaciales, culturales, económicas y po-
líticas que constituyen el territorio y que se conforman
a partir de la comunicación establecida entre ellos con
las instituciones, las organizaciones sociales, los investi-
gadores académicos y, en general, con todo aquello que
conforma y dinamiza el territorio en tanto producción
social.
COMENTARIOS FINALES
Y RECOMENDACIONES
Los desarrollos logrados hasta aquí dejan más in-
terrogantes que certezas. En esta medida, se proponen
a continuación una serie de elementos para tener en
cuenta en la configuración de una agenda de investiga-
2 En su trabajo se exponen distintos tipos de mapas, unos que se constru-
yen en el suelo con utensilios domésticos y naturales, otros que consisten
en el trazado de un croquis, otros que “incluyen características distintivas
geográficas (p. ej., infraestructura, mercados locales, escuelas), tipos de
uso de la tierra y zonas de vegetación a lo largo de una línea imaginaria”
(p. 42), los mapas a escala, que muestran datos geo-referenciales precisos,
los modelos tridimensionales participativos, la cartografía GPS y demás
tipos de mapas que demuestran un avance tecnológico con respecto a los
medios que hacen posible la elaboración de cartografías sociales parti-
cipativas. De este modo, para el FIDA (2009), los mapas son productos
visuales sobre el espacio, permiten la construcción de un lenguaje común
sobre el territorio y, dadas sus características artísticas y construidas, son
de fácil comprensión para toda la comunidad.
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ción en torno a las relaciones existentes entre los ejes del
proyecto de investigación que dio origen a esta revisión:
la subjetividad, la territorialidad y la cartografía social.
Las subjetividades y las territorialidades se confi-
guran como procesos dinamizados por aspectos socio-
culturales e históricos. Lo sociocultural tiene que ver
con el reconocimiento de la dimensión social de dichos
procesos, así como con su carácter particular, lo cual
permite reflexionar acerca de la heterogeneidad y mul-
ti-dimensionalidad de la vida humana. De esta forma,
así como lo histórico da paso al reconocimiento de las
transformaciones por las que transitan los modos de ser
y estar en un espacio configurado a través de elementos
físicos y simbólicos que no son estáticos, y que, por ser
heterogéneos, posibilitan, además, tensiones simbólicas
que evidencian el carácter político de las relaciones so-
ciales.
Todo esto implica repensar el rol profesional y
disciplinar en las Ciencias Sociales y Humanas. Verlo
como un rol situado, cultural e histórico, y que, lejos de
ser neutral, está ligado a posiciones políticas que pue-
den legitimar o deslegitimar diversas expresiones. Así,
los problemas de investigación y los asuntos de interven-
ción que competen a lo humano y lo social, se deben
comprender como problemas epistemológicos, metodo-
lógicos, éticos y políticos, lo cual pone en entredicho la
división entre el mundo de la academia, del profesiona-
lismo y de la cultura política.
En esta investigación, se establece, por ello, desde
el reconocimiento de lo epistemológico y lo metodoló-
gico, la distinción de la subjetividad y de la territoriali-
dad como ejes teóricos, y de la cartografía social como
metodología. Esta última vincula elementos sociales,
culturales y participativos que tienen en cuenta tanto la
territorialidad como la subjetividad.
Al respecto, los documentos revisados permiten
entrever que la comunidad no es concebida únicamente
desde lo metodológico, como lugar de producción de
conocimientos y saberes, sino que también implica una
postura epistemológica, a través de la cual, los sujetos
pueden ser concebidos desde la pasividad o desde el
empoderamiento y la acción creativa. En este sentido,
la comunidad no es únicamente el lugar del trabajo de
campo, sino un concepto que a través de cada estudio,
adquiere características nuevas y susceptibles de ser in-
vestigadas o estudiadas.
Entonces, el abordaje de las características de la
producción de conocimiento en cualquier investigación
implica un elemento de carácter epistemológico y polí-
tico, pues, toda investigación es guiada por las caracte-
rísticas del conocimiento que se producirá. Al respecto,
Quiñónez (2011) hace referencia a la “construcción del
saber”, mientras que otros autores hablan de la “cons-
trucción del conocimiento”. Y, efectivamente, hay una
distinción entre saber y conocer, que se remite a la di-
ferencia entre saber popular y conocimiento científico,
es decir, los conocimientos son fruto de los títulos pro-
fesionales, y los saberes, son construcciones populares.
Por lo tanto, es preciso preguntarse: ¿en qué sentido se
retoma la participación de la comunidad en nuestra in-
vestigación? ¿Desde la potencialidad para construir co-
nocimientos o para construir saberes?
Una sensación que queda en el aire y que merece
un debate profundo en el marco de las Ciencias Sociales
y Humanas, es: ¿qué concepción de sujeto y de subje-
tividad prevalece en los estudios que se han llevado a
cabo en los últimos años? Esta pregunta no corresponde
únicamente a trabajos que abordan la categoría de sub-
jetividad, sino a los que se esfuerzan por comprender
fenómenos sociales y humanos, pues, de manera implí-
cita o explícita, el abordaje de cualquier proceso huma-
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no requiere asumir una noción de sujeto con la que se
pretenda abordar.
Pese a la emergencia de múltiples enfoques teó-
rico-metodológicos que rescatan al sujeto desde una
perspectiva social, reconociendo su carácter cultural y su
dinamicidad histórica, prevalece la existencia de modos
de pensar centrados en un dualismo que diferencia al
sujeto en su dimensión subjetiva (internalista) y social,
contextual (externalista), por lo que, metodológicamen-
te, dar cuenta de la subjetividad implica el ejercicio de
sacar fuera el universo de sentidos y significados elabo-
rados.
Esta situación exige la construcción de herramien-
tas metodológicas, técnicas de intervención y reflexiones
epistemológicas, que guíen la construcción de conoci-
mientos y saberes desde la afirmación de las particula-
ridades socioculturales, de las singularidades personales
y de un aspecto, que, según los documentos revisados,
atraviesa todos los procesos sociales: El poder. Y una de
estas herramientas metodológicas e interventivas es, sin
duda, la cartografía social, la cual conlleva una reflexión
contextualizada en lo local y en la memoria de las comu-
nidades, pues, a través de ella se potencializa la reflexión
sobre fenómenos transversales a la historia, que, en el
caso colombiano, se relacionan con el conflicto armado
y la violencia sociopolítica.
En este sentido, es de vital importancia compren-
der que, a través del territorio, se constituye una “reali-
dad territorial” (Quiñónez, 2011, p. 58), la cual es cul-
tural e históricamente particular. Por eso es importante
que, quienes relaten sus experiencias sobre el territorio,
con el fin de construir una cartografía social, sean los
habitantes de la comunidad que lo habita y que, justa-
mente, lo han convertido en eje de las relaciones socia-
les. Comprender que el territorio contiene información
geográfica y social, a la que se puede acceder a través
del diálogo con los saberes populares de quienes habitan
dicho territorio, permite, en últimas, una comprensión
holística de la territorialidad, una comprensión que par-
te del reconocimiento de la existencia del territorio a
partir de la construcción dinámica de configuraciones
subjetivas.
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