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Azúa-Ormaza, & Ramos-Díaz, 2015). De hecho, puede
indicarse que a partir de los diferentes modelos teóricos
desde los cuales se ha estudiado el autoconcepto (nomo-
tético, jerárquico, taxonómico y compensatorio) (Byrne,
1984; Strein, 1993), puede considerarse que el modelo
que ha demostrado más fundamentación empírica en
estudios transversales y longitudinales, es el jerárquico
de Shavelson, Hubner y Stanton (1976) (Fleming &
Watts, 1980; Fleming & Courteney, 1984; Byrne & Sha-
velson, 1986; Byrne, 1986; Marsh, Byrne, & Shavelson,
1988; Marsh, Craven & Debus, 1991; González-Pienda,
Núñez-Pérez, Valle-Arias, 1992; Marsh, & Ayotte, 2003;
Marsh, 2005; Marsh & Craven, 2006; Moritz, Read,
Clark, Callahan & Albaugh, 2009; Véliz-Burgos & Apo-
daca-Urquijo, 2012a), modelo desde el cual se reconoce
el autoconcepto en perspectiva multidimensional.
En esta perspectiva multidimensional, los autores
conciben el autoconcepto como la percepción que el in-
dividuo tiene sobre sí mismo, basada directamente en
sus experiencias con los demás y en las atribuciones que
él mismo hace de su conducta (Polo-Sánchez & López-
Justicia, 2012; Elexpuru, Villardón & Yániz, 2013; Silva-
Ramos, 2016). Desde el modelo jerárquico de Shavelson,
Hubner y Stanton (1976), el autoconcepto no puede ser
descrito desde puntuaciones homogéneas en un mismo
individuo, por el contrario este tiene una estructura je-
rarquizada en la que sus dimensiones tienen diferentes
significados e importancia en función de los valores y la
edad de los sujetos. Se considera que el concepto, que el
individuo tiene de sí mismo, es experimental y tiene un
carácter evaluativo, por lo mismo, se va construyendo y
diferenciando a lo largo de su ciclo vital, a partir de sus
interacciones sociales y proceso educacional (Garaigor-
dobil, Aliri, & Fontaneda, 2009b; Véliz, 2010; García
& Gracia, 2010; Valenzuela-Zambrano & López-Justicia,
2015).
En el modelo jerárquico de Shavelson, Hubner y
Stanton (1976) se asume que en la parte más elevada de
la pirámide se encuentra la concepción global del auto-
concepto que tiene el individuo (autoconcepto general/
AG), en la parte central se ubica el autoconcepto acadé-
mico (AA/ Matemático, verbal) y no académico (A- NA/
Físico, emocional y social) y en la base de la estructura
estarían ubicadas las dimensiones particulares (Mestre
& Pérez-Delgado, 1994; Esteve, 2005; Cazalla-Luna &
Morelo, 2013; Fernández-Zabala, Goñi, Rodríguez-Fer-
nández & Goñi, 2015). Así entendido el autoconcepto
constituye el concepto que el individuo tiene acerca de sí
mismo y está conformado por la suma de pensamientos
y sentimientos acerca de quién es, cómo se siente y qué
hace.
Desde el contexto de la formación profesional del
individuo, parecen evidenciarse ciertos perfiles en torno
a las posibilidades de desarrollo del autoconcepto, que
se van construyendo al principio de la carrera, así como
hacia el final de la formación en pregrado, entendido así
que la formación en la Educación superior, implica más
que solo el aprendizaje de una disciplina, la generación
de aptitudes emocionales, personales y sociales, que ga-
ranticen la permanencia y graduación, entre las cuales
el desarrollo de un sano autoconcepto parecería ser un
propósito fundamental en la formación y el rendimiento
académico, en cuanto permitiría mejorar los indicadores
críticos de deserción, repetición de curso y la experiencia
de aprendizaje en el pregrado, así como el desarrollo de
acciones desde los programas de formación en el pregra-
do que permitan apoyar el proceso de la vida universita-
ria y favorecer el éxito académico. En tal sentido, puede
señalarse que autores como Musitu, Garcia y Gutiérrez
(1997), confirmaron la importancia que tiene el auto-
concepto sobre el rendimiento académico, al demostrar
que la percepción y los sentimientos al respecto de si
diana marCela montoya londoño, viCtoria eugenia pinilla sepúlveda, Carmen dussán lubertH
| Psicogente | 21 (39): pp. 162-182 | Enero-Junio, 2018 | Colombia ISSN 0124-0137 EISSN 2027-212X |